Dice un cuento que la chica besó al sapo y este se convirtió en príncipe.
Creo que en mi jardín hay docenas de sapos, pero con solo verlos pego un horrible grito del susto, por eso no entiendo cómo quieren hacernos creer que esa chica lo besó, pero ya conocen los cuentos, son solo eso, cuentos.
Mejor les "cuento" mi realidad.
Estoy en el último año de escuela, lo que significa, que no puedo estar más feliz. Algunos dicen que cuando termine la voy a extrañar. Imposible.
Digamos que las probabilidades son... ¿Una en un millón? ¡No! Qué sean dos. Si, dos está bien.
Para mí, ese lugar tan grande, llamado escuela, no es más que un desafío.
Les contaré por qué.
En primer lugar, levantarte todos los días a las siete de la mañana, no es muy divertido, al menos no para mí. Y dudo que para alguien lo sea.
Aclaremos.
No es lo mismo cuando te vas de vacaciones, suena el despertador, y antes de que suene, ya estas despierto. Incluso a veces, ni te puedes dormir. Eso se llama ansiedad.
Pero lamentablemente, ese tipo de "ansiedad" no aparece cuando tengo que ir a la escuela.
¿Ahora si entienden?
Suena el despertador, y lo apago. Nada de alargarlo por cinco minutos más. Yo lo apago, con violencia, y confiándome de mi misma, digo en el subconsciente: "ahora me levanto".
¡Mentira!
Ya se imaginarán lo que pasa. Sí, me duermo, hasta que mi madre, me encandila encendiendo la luz, y me destapa, sacudiéndome de un lado a otro. Como una especie de animal, bueno no para tanto.
— ¡Ya es la hora! —grita.
Qué bonita forma de empezar el día.
Así que me levanto, me visto, y salgo pedaleando en bicicleta hasta la escuela.
Para colmo, la escuela queda a cincuenta cuadras.
Pleno invierno, la mañana completamente oscura, y yo otra vez que salía sin campera.
¡Dios que frío! Debería haberle hecho caso a mi madre, y haberla traído.
Y sumado a eso, como si no fuera suficiente con morirme de frío, mi hermano otra vez me había usado la bicicleta, y nuevamente le había dejado el asiento alto.
Quedaba ridícula sobre un metro de asiento y temblando como una hoja.
¡Iba a matarlo!
Por su culpa parecía un payaso en un biciclo de circo.
Esperaba que Fernando no estuviera afuera como siempre con sus amigos, porque ahora sí que no se fijaría en mi, salvo que no fuese para otra cosa que reírse.
Fernando, es el chico que me gusta, bueno, que a todas nos gusta.
Pero desde que lo conozco no ha volteado a verme, ni una sola vez.
Ahora comprenden por qué nos es tan divertido ir a la escuela.
Si al menos, él, me mirara, o me diera alguna esperanza, yo tendría un aliciente, para levantarme feliz los días de semana, pero no es así, todo lo contrario.
¡Vaya qué suerte! No había nadie en la puerta de entrada.
—Fernanda, si sigues así, te vas a quedar libre.
Suspiré. E inconscientemente, Patricia, mi amiga, me había recordado otra vez a él, si, a Fernando. Y es que se llamaba igual que yo, y eso me encantaba.
Si, ya sé que parezco infantil, pero me gustaba saber que teníamos algo en común, aunque fuera tan poco.
— ¡No puede ser tan lindo! —exclamaban mis amigas derretidas de amor por Fernando.
—No tiene nada de especial —les respondía yo, fingiendo que no me interesaba, pero sabía que no era cierto.
Era el típico chico deportista, galán, y bien educado.
Era alto, rubio, y tenía los ojos más hermosos del mundo.
¿A quién quería engañar? Yo también moría de amor por ese chico.
¡Pero no se asusten! No del tipo de amor de Romeo y Julieta. Dicen que ese amor, es difícil de encontrar.
Pero no, lo mío, no era amor, claro que no. Tampoco una obsesión, ni un capricho, ni nada de eso.
¿Qué rayos era entonces?
No sé. Simplemente me gustaba, y eso era todo.
Así que no confundamos las cosas.
De lo que sí estoy segura, es que como él, debería ser el príncipe del cuento.
En ese caso sí que valía la pena besar al sapo.
¡Pero qué estoy pensando!
¿Besar? Si, ni siquiera me saluda.
Deben pensar que estoy loca.
Pero así somos las chicas, no hay duda que las telenovelas si influyen en nuestras vidas. Y yo he mirado demasiadas.
¡Ya basta Fernanda!
Es terriblemente desesperante, luchar con uno mismo.
¿Alguna vez les ha pasado? A mí me pasa frecuentemente.
Por ejemplo en este momento, quiero acercarme a Fernando, y saludarlo, pero algo muy dentro de mí, no me deja.
Ven como si es desesperante, no saber qué hacer.
¡Vamos Fernanda tu puedes! Algo me alentaba dentro de mí.
¡No, no lo hagas!
¡Hazlo, sé valiente!
¡No, no puedes!
¡Sí!
¡No!
¡Sí!
¡Basta! ¿Estás bien de la cabeza?
No, creo que no, estoy peleando conmigo misma.
En medio de toda esta batalla, no sé cómo, ni cuando, pero la cosa es que de pronto estaba frente a él.
Me miró con sus enormes ojos color café, abiertos de par en par, robándose todo mi aliento.
—Hola —lo saludé con un beso en la mejilla, y luego me quedé ahí parada, inmóvil, frente a él, como una tonta.
¿Por qué tenía que ser tan difícil hablar con él?
—Escucha, no sé quién eres, pero... —Y me miró de arriba a abajo— ¿te digo algo?
Asentí involuntariamente con la cabeza.
—No me gustan las chicas de tu tipo—Dijo y salió caminando, alejándose poco a poco de mí.
Me quedé petrificada, sintiendo como me empequeñecía por dentro.
Nunca podré olvidarme su cara de repulsión recorriendo mi silueta, tampoco lo que me había dicho.
Entonces comprendí, que a veces los sapos se convierten en príncipes, y otras, los príncipes se convierten en sapos.
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