¿Confesión de amor?

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La película estaba por empezar y Rita miraba atenta, los ojos como plato, mientras se llevaba constantemente puñados de pochoclos a la boca.

—Guarda un poco para la película —Le dije suavemente.

Volteó los ojos.

—La película ya empezó —Dijo con un toque de sarcasmo apuntando con la mano la inmensa pantalla delante de nosotros.

Metí la mano en el balde y empecé a comer a la par de Rita.

Era lo único bueno de la película, "El gigantesco balde de pochoclos".

Rita me había ganado una apuesta, así que no tenía más remedio que acompañarla a ver este estreno romántico.

La película recién empezaba y yo ya estaba a punto de pegarme un tiro.

Para variar era el único varón dentro de la sala.

De no haber sido por mí, la sala hubiera estado repleta de chicas de no más de un metro cincuenta y cinco.

Me sentía ridículo, me moría de la vergüenza de que vieran a un tipo de un metro ochenta y ocho sentado en el medio de la fila comiendo pochoclos y mirando como Keanu Reeves dejaba que le pegaran un flechazo para salvar a su amada de los rebeldes de la Edad Media.

Menos mal que aquí no estaban mis amigos, y esperaba que no se enteraran.

— ¡He gigantón! —Me dijo una de las chicas que estaban sentadas atrás. Giré la cabeza apenas y la mire de reojo — ¿Por qué no te vas con tus amigos de la NBA y nos liberas la pantalla?

Rita soltó una carcajada y escupió los pochoclos que tenía en la boca.

—No me parece gracioso —Le susurré en el oído.

—Sólo falta la mitad de la película, no te puedes dar por vencido ahora.

—Resistiré —Le dije intentando acomodar mis largas piernas en algún sitio que no fuese tenerlas apretadas contra el respaldo de la silla de adelante.

Rita me miró furiosa cuando sus piernas entrechocaron con las mías.

—No tengo donde ponerlas —Me atajé— Deberían hacer sillas más grandes y con más espacio, no todos cabemos aquí.

—Shh —Me calló Rita y al instante volvió a concentrarse en la película.

Rita era mi mejor amiga.

Aunque debo confesar que para mí, ella significaba mucho más que eso.

Más de una vez me había resuelto a confesarle lo que sentía, pero llegado el momento no tenía el valor. Miles de preguntas asaltaban mi cabeza. Si le decía la verdad, no sabía qué pasaría. Tenía miedo, temía que dejara de quererme, o peor aún, qué no quisiera verme nunca más.

Siempre que estábamos juntos la pasábamos genial, y no quería perder todos esos buenos momentos por decirle que estaba enamorado de ella, porque lo más probable es que me rechazara.

Con todo eso, se me hacía realmente difícil confesarle lo que verdaderamente sentía por ella, pero hoy había decidido decírselo.

Ya no podía seguir guardándolo por más tiempo.

—Se están terminando los pochoclos —Me dijo Rita mientras revolvía con la mano el fondo del balde.

—Te los has comido casi todos tú sola.

Rita sonrío con la boca llena, pero sin apartar la vista de la pantalla.

La película estaba por terminar y yo todavía no le había dicho nada a Rita.

Quería hacerlo ahora, con las luces apagadas, sentados los dos uno al lado del otro, era el momento perfecto, aunque Rita no sacaba los ojos de la película.

Junté todo el valor que pude y respiré profundamente.

— ¿Rita? —Le dije intentando que me mirara y al instante ella me miró.

— ¿Qué pasa?

Me quedé en silencio un instante.

— ¿Querés más pochoclos?

Historias que no son cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora