Solía preguntarme sobre los cuerpos vistos en la niebla e, incluso, sobre la propia niebla, ese vapor que funcionaba como soporte de esas figuras que caminaban por las calles de la ciudad.
Veía el infinito alejándose en cada paso, en cada fragmento del mundo visible; interrogaba el aire para que me confiara su color, su olor, su tacto y sabor; y llegué a someter a la misma perspectiva a una ley de difuminado de figuras, una ley que hiciese desaparecer a las figuras del lugar.