THOMAS: Libertades

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Abrí la puerta de mi nuevo escondite con la fotografía apoyada contra el pecho. Una cama tendida con sábanas verde aguamarina ocupaba el centro de la habitación; a su izquierda estaba la mesita de luz cuadrada de madera que caracterizaba todas las habitaciones. Sobre ella habían dejado un paquete envuelto con papel de diario y una libreta que decía "Notas: Thomas Hugson". ¡Guau!, ya estaba psicológicamente apto para objetos cortantes. También había frente a la cama un espejo y una mesa rectangular pequeña, con una silla de plástico.

Las paredes blancas combinaban con el suelo de cerámico blanco y el olor a desinfectante de hospital mezclado con canela me daba la pauta de que Walter ya sabía que yo estaba de vuelta.

—El mismo infierno, solo que con más corriente de aire— comenté en voz alta deambulando por la habitación.

< ¿Qué esperabas, un sofá y cuchillos gratis?> respondió Jack <No sabes lo que nos espera afuera>

—No pueden haber cambiado tantas cosas en un mes— contesté nervioso. No necesitaba cambios, necesitaba que todo fuera como antes para volver sobre mis pasos y poner en marcha la búsqueda, aunque esperaba recibir varios golpes en el camino.

Seamos sinceros, la vida no da segundas oportunidades sin segundos desastres y generalmente, los segundos duelen mucho más.

<Deberías dejar de hablar solo, rarito, van a oírte y te volverán a trasladar. Despídete de tus posibilidades>

—Entonces no estorbes.

< Como si pudieras decidir eso> se regodeó desde la esquina de la habitación.

Tarde un poco en percatarme del envoltorio monocromático sobre la cama, tenía una tarjetita con mi nombre. Me acerqué al paquete misterioso y lo abrí con cuidado. El papel de diario era frágil, pero conocía su filo tenaz. Dentro había un retrato con marco negro de madera, un diario con el logo del instituto, y una pequeña nota.

"Los recuerdos difíciles nos persiguen, pero a veces son lo último que nos queda. Por eso, hay que saber preservarlos.

Doctor Geene O'Malley"

Suspiré y metí la fotografía con cuidado en el nuevo regalo para ponerlo sobre la mesita. Se veía bien, la tinta del periódico estaba protegida ahora. Abrí el cajón y guardé el cuaderno bajo llave ya que de verdad no esperaba tener que usarlo pronto, no me gustaba escribir sobre mí.

Al subir la mirada me topé con Thomas al otro lado de la habitación. Sinceramente, no me veía al espejo hace mucho tiempo, aunque solía hacerlo seguido en una etapa cerrada de mi existencia. Recordaba mi rostro lleno de vida y alegría, incluso cuando me dolía vivir.

Ahora ahí está, frente a mí, ojos color miel sumidos en ojeras y oscuridad, una mueca que intentaba fallidamente ser una sonrisa, labios secos y finos, el cabello que solía ser castaño oscuro, ahora estaba enmarañado y opaco. La piel, que ajustaba a mi mandíbula, todavía era suave al tacto, pero se veía casi gris. Me peiné hacia un lado desordenadamente como solía hacerlo, solo para no perderme por completo, pero fallé estrepitosamente. Me acomodé la moderna y vanguardista camisola blanca con las siglas del IMS fuera del pantalón de tela anti fluidos, y me dirigí con paso nervioso a las escaleras para desayunar.

— ¡Espera! —gritó una voz femenina familiar. Volteé a toda velocidad instintivamente, con los brazos en alto para evitar el contacto, pero me relajé cuando vi el familiar sombrero azul.

— ¿Anne? Demonios no has cambiado en absoluto, debes verme totalmente demacrado. — saludé apenado. Ella hizo una pequeña reverencia para darme la bienvenida. El sombrero redondo aplanaba su cabello ondulado y despejaba el rostro rosáceo. Sus ojos marrones estaban brillantes y vivos.

Voces en el SótanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora