La abuela

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Las campanas sonaron por todo el pueblo. Un par de esposos, sin embargo, no podían escucharlas. Caminaban alegres por las calles de Londres agarrados con un cruce de brazos que a cualquiera de nosotros nos parecería incómodo, pero ellos estaban ya acostumbrados.
Como dije, sordos. Incapaces de escuchar ni sus propios pensamientos. La sordera se comprende con la edad, ya que esta pareja no era precisamente joven. La señora tendría unos 86 y el hombre unos 95. Si digo números exactos, son porque los sé, aunque la mujer aún no cumpliera 86, muy pronto lo hará y no pasará de esa edad.
El hombre, sin embrago, a pesar de la sordera que lleva de nacimiento, es un hombre muy sano. Siempre alegre y en las reuniones familiares todos podían escuchar su risa extraña desde la sala. La mujer no es muy diferente, siempre contando chistes y riéndose de su condición de anciana.
Como dije, una pareja feliz.
Las campanas dejaron de soñar y los esposos llegaron a su humilde hogar. Ese mismo día era cumpleaños de la abuela, y toda su familia vino. La edad que cumplía ya te la mencioné antes. Un pastel, unas decoraciones, un par de globos del color favorito de la abuela y sus hijos lo tenían todo listo. Tíos, hermanos (los vivos), nietos, todos estaban presentes para honrar a la abuela Amanda, incluido su más amado esposo.
Celebraron su cumpleaños con alegría, algunos sorprendidos de que pudieran vivir tanto y otros agradecidos por lo mismo. Entonces el abuelo se dio cuenta de que las velas eran muy altas, de esas que sueltan chispas. El abuelo intentó avisarle a su hija mayor, con señas, pero no le hizo caso, pensó que era el ruido de la fiesta que no podía escuchar, pero se dio cuenta de que ella sí le escuchó cuando se fue al fondo de la multitud familiar. Para tomar la foto y para alejarse de las chispas. Intentó avisarle a su hijo menor, quien prendía la última vela, pero lo ignoró también aún sabiendo el peligro, así que se alejó de las velas al terminar de prenderlas. Después de intentarlo con cada familiar y que todos solo tomaran distancia de las velas y nada más, se dio por vencido. Intentó convencerse de que nada malo pasaría, pero le faltaba una persona. Miró delante suyo y su esposa estaba demasiado cerca de ellas. Intentó advertirle, pero ella había cerrado sus ojos para soplar y pedir su deseo. Entonces el también se acercó y puso una sonrisa, recordó los momentos de jóvenes, los paseos largos de cuando no tenían problemas de las rodillas y podían avanzar kilómetros a pie. Recordó lo bella que se vio en su primera cita y la primera vez que la vio. Sonrió embobado y Amanda sopló las velas. Una chispa fue suficiente para que su ropa sintética ardiera como nadie lo hubiera previsto. Los familiares huían y su esposo, preguntándose como no pudo darse cuenta, corrió a por un extintor. Se cayó en el camino y cuando volvió, el amor de su vida estaba echo cenizas. Intentó salir de esa casa y correr a las calles pidiendo ayuda, pero solo escuchó las campanadas, escuchadas por todo el pueblo y sorprendentemente por el también. Iba de la mano con su esposa, no se explicaba ni como. Estaban llegando a su hogar, y por un momento muy breve pensó que estaban a salvo. Pero al entrar notó a toda la familia. Sus hijos con globos en las manos, unas velas enormes y un pastel delicioso. El abuelo recordó.

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