Me tiré encima de mi novio ignorando sus quejidos de dolor, hoy tenía ganas de molestarlo, ya que estaba un poco enojado por el comentario de Valentin en mi foto.
—¡Salí Zoe! Me estás clavando el codo tarada —se quejó empujándome al otro lado del sillón.
Bufé y me senté como indio, mirándolo fijo. Me miró de reojo y devolvió la vista a su celular.
—¿Me podés hablar? —pregunté casi en una súplica.
Suspiró y bloqueó su teléfono, dejándolo en la mesita ratona.
—¿Qué?
—Desenojate bebé —hablé en un tono de nenita chiquita.
Se rió irónico y lo miré con el ceño fruncido. Me acerqué a él lentamente y me senté en sus piernas.
—Zoe... —dijo cuando empecé a dejar besos en su cuello—. La puta madre
Apoyó sus manos en mi culo y rápidamente pude sentir su ereccion. Me empecé a mover sobre esta mientras Joaquín jadeaba y apretaba mis piernas.
Empecé a darle besos por su casa hasta que llegué a la comisura de sus labios y él intentó sacar mi remera.
—Otro día será —susurré dándole un beso en la nariz, para luego bajarme de encima de él.
Me reí internamente y abandoné el living para dirigirme a la habitación.
—¡Zoe la concha tuya! —gritaba Joaquín mientras me perseguía por toda la casa—. ¡¿Te podes hacer cargo de mi pito ahora?!
Carcajeé mirando su bulto y levanté mis cejas. Iba a pagarlas por no haberme hablado dos horas.
—Amor, estaría bueno que lo sepas controlar vos —bromee tomando mi celular de la mesita de noche.
—Dale Zo, perdón por no hablarte, me puse celoso de Valentin —sus súplicas eran graciosas.
Abandoné la habitación y me dirigí a la cocina, Joaquín me seguía a todos lados.
—¿Ah si? ¿Celoso por qué? —pregunté riéndome.
—Porque te lo cogiste —respondió enojado.
—Dios, ¿Qué carajos te pasa Joaquín? Vos tenías novia —ataqué.
Me miró con cara de orto y abandonó la cocina. ¿Las cosas se estaban yendo a la mierda de nuevo?
Salí de la cocina enojada y lo frené.
—¿Nunca vamos a poder estar bien? —pregunté agresiva—. Flaco, la única que tiene que estar insegura soy yo, y ni siquiera lo estoy.
—Me da miedo perderte, otra vez, todos son mejores que yo —respondió triste.
—Nunca me perdiste, estúpido.
Sonrió y me besó. Él arreglaba todo así, con besos.
Las cosas no iban a tardar en irse a la mierda, pero yo estaba tan ciegamente enamorada que no vi venir el impacto.