CAPITULO 26
(Narras tú)
Cuando me desperté me encontraba en una camilla. Miré a mi alrededor, estaba en el hospital. Me senté de golpe y le vi, junto a mi camilla había otra en la que estaba él, Abraham.
Me levanté rápidamente y me acerqué a él, temerosa. Estaba pálido, con una ancha venda blanca rodeándole la cabeza. Escuché los pitidos del aparato que mide los latidos de su corazón, nunca supe como se llamaba eso. Volví a mirarle y le vi lleno de tubitos, algunos pinchados en su antebrazo derecho, otros en el izquierdo y junto a él un bote de suero.
Llevaba una mascarilla, se lo oía respirar.
Me senté en la esquina de su camilla con cuidado mientras le acariciaba la cara, como ya dije, pálida. Una lágrima recorrió mi mejilla hasta caer sobre su sábana.
-Hola pequeño. -le susurraba. -Te vas a poner bien, te lo prometo. Saldremos de aquí pronto y no volveremos a recordarlo, nunca.
Besé su nariz y lloré en silencio, con mi cara apoyada en su pecho. De repente tose, Abraham tose.
Le miro asustada y feliz a la vez, pero al ver que lo único que hace es toser y toser decido llamar a un médico.
Salgo fuera de aquella habitación.
-¡Eh! Ayuda. -grito.
-¿Que pasa? -un doctor, el doctor Jean por lo que ponía en su bata se acerca rápido.
-No... no para de toser, le pasa algo.
Jean se acerca a Abraham, le quita uno de los tubos que estaba conectado a su brazo y le da una especie de jarabe anaranjado, lo que hace que en cuestión de segundos se le pase la tos.
-Vale, ya está. Ahora espera a que se tranquilice, no le pongas nervioso, sería lo peor.
-Vale, muchísimas gracias doctor.
Me dio una palmadita en el hombro y salió de la habitación cerrando la puerta.
Me acerque a Abraham, ya estaba despierto.
-Oihane... -su voz estaba debilitada.
Le abracé corriendo provocando que se quejara, quizá le apreté demasiado.
-Ay, lo siento.
-No pasa nada. -sonrió. -A sido el dolor más parecido a la felicidad que he experimentado. -rió suavemente.
Le sonreí yo también.
-¿Donde están los demás?