Quien tiene una mejor amiga es consciente de una verdad absoluta: los secretos jugosos no pueden esconderse.
Si haces una estupidez con un chico y le prometes que nadie lo sabrá por tu boca, sabemos que “nadie” es esa amiga tuya a la que necesitas contarle lo que pasó.
Lo siento, yo no inventé las reglas.
Por lo tanto, cuando le dije al profesor Andrade que “tenemos un secreto” es porque Lorena también es parte de él. Aunque hubiese querido, no habría aguantado mucho tiempo con esa bomba de información oculta. Así que acabo de contarle todo lo acontecido con Andrade mientras mojo mi galleta en la taza de café frente a mí.
Estamos en la pastelería de mi tía Mellys, sentadas en una de las mesas que están cerca de las ventanas, porque Lorena quería saber el chisme pero también se antojó de comer tarta de queso. Ya se la terminó, de hecho.
La verdad me tiene un poco nerviosa el que no me haya interrumpido en todo el relato. Su ceño está fruncido y siento cómo sus ojos no han dejado de estudiar mi rostro desde hace unos dos minutos. ¿Qué le pasa?
—¿Tengo un moco? —pregunto e inmediatamente busco mi celular para mirar mi reflejo. Lorena pone los ojos en blanco y me da un manotazo para que deje el móvil en su lugar—. ¿No es eso? Entonces, ¿por qué me miras así?
—Porque no puedo creerte. Es que... —respira y, a continuación, comienza a mover las manos con cada palabra—. Jessy, no es posible, no hay manera de que Andrade aceptara ese trato. ¡No suena a él!
Doy una mordida a mi galleta que sabe a glo-ria.
—No lo conoces —digo con la boca llena.
—¡Tú tampoco!
—Exacto, por eso es que aceptó el trato.
—¡Jessy! —Lorena sigue mostrándose seria pero mi respuesta tuvo efecto, pues ya no tiene esa mirada de madre a punto de regañarte—. Vamos a tener que buscar un bozal para ponerte. ¿Cómo se te ocurre decirle idiota?
A estas alturas de mi vida, no considero tan descabellada la idea del bozal. Tal vez en Internet haya tutoriales que solucionen mi problema, algo como “Filtro para pensar antes de hablar en 10 simples pasos”.
En serio, con lo de idiota me pasé.
—Eso fue sin querer.
—Apuesto una teta a que sí querías decírselo.
—¿Cuál teta? Si no tienes —Lorena me lanza una servilleta para luego partirse de risa junto a mí. Una vez recupero el aire, respondo:—. Obvio que quería decírselo. Solo que él no debía escucharlo.
Respiro, ese aroma dulzón y embriagador característico de las pastelerías está en el aire. Hay música reproduciéndose en el local a un volumen regular que permite conversar plácidamente sin tener que alzar la voz. Son pasadas las siete de la noche, debido a que estamos en el centro hay muchas personas saliendo de sus trabajos, así que es una hora bastante movida con la clientela. La campanilla sobre la puerta suena cada tanto tiempo, las pocas mesas a nuestro alrededor están llenas; si hago un esfuerzo, incluso puedo escuchar las órdenes en el mostrador: dos galletas gigantes, un brazo gitano, una caja de cupcakes y tres raciones de pie de limón.
Mi tía llegará molida a casa, definitivamente.
ESTÁS LEYENDO
Andrade: El Desalmado
Teen FictionEl último año de colegio de Jessy prometía ser muy tranquilo. Eso hasta que se le ocurrió dar rienda suelta a su bocaza y hacerle frente a su ardiente profesor de física frente a todos sus compañeros. Esto puede salir muy mal o puede llevarla a con...