Capítulo 9

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Si le escribiera a Javier, ¿me respondería?

No parece el tipo de persona a la que le gusta hablar mucho tiempo por mensajes y considero que el que me respondiera la otra noche se trató de un evento dado una vez cada tantos años… pero no pierdo nada con probar mi suerte, ¿cierto? Tampoco debería descartar la opción de hablar con él en clase; de todas formas, yo hablo hasta por los codos, así que no debería extrañar a nadie si le saco tema de conversación frente a todos.

Por supuesto, no puedo hacer uso inmediato de la segunda opción. Aunque ya nuestro pequeño altercado está pasando al olvido, aún deben haber muchos curiosos por allí dispuestos a crear rumores en base a eso.

La puerta se abre anunciando la llegada de un cliente y el sonido interrumpe mi hilo de pensamientos.

Al sonar la campana anunciando el final de la jornada de clases, Lorena me arrastró fuera del colegio hasta la tienda de mi tía. Porque, claro, la desgraciada me mete en compromisos y se asegura de que no pueda evadirlos aunque no quiera hacerles frente. Así que, todo el camino venía recordándome que soy fluida en español, por lo tanto, puedo formar una oración de manera racional y que ni siquiera Giancarlo debe hacer que olvide mi idioma natal.

No es que sepa más idiomas, por cierto. O sea, me gusta el inglés y sé frases pero no es como que sea bilingüe o algo así. Aunque últimamente puedo entender más cuando estoy viendo series en idioma original y eso me hace sentir orgullosa, es como un pequeño logro.

No sé por qué cuento esto.

Como sea, la tarde ha estado extrañamente tranquila, la afluencia de personas entrando y saliendo es baja. Lo cual agradezco. No hay nada que odie más que estar en caja cuando el local está a reventar. El miedo a equivocarme con algún monto hace que haga mi mayor esfuerzo por enfocarme en lo que estoy haciendo. Sin embargo, estamos hablando de mucha gente ordenando al mismo tiempo y queriendo pagar lo más pronto posible porque aparentemente tienen una vida más ocupada que cualquiera en esta ciudad, así que a veces (bastante seguido) tengo que escuchar cómo me dicen que haga mi trabajo más rápido, como si fuesen ellos los que tienen que verle la cara a tía Mellys cuando el cierre de caja no cuadraba.

No es lindo.

Liliana (la empleada de mi tía) pone la bolsa de papel justo frente a mí y me dice el precio. Hago el cobro sin problemas, el chico se retira con su bolsa de galletas veganas (porque ahora mi tía entró en esa movida) y un "gracias" cantarín.

Y sonrío, porque ese tipo de clientes siempre me ponen de buen humor.

—Qué raro que decidieras venir aquí hoy, Jess —comenta Liliana.

—Todo sea por echarle una mano a Mel…

—Miente. Vino porque se va a ver con un muchacho.

Mellys está apoyada en la puerta de la cocina, su chaqueta de chef blanca con detalles rojos está llena de restos de harina, en las mangas tiene rastros de algún tipo de pegoste que supongo formaba parte de alguna masa. La mirada que tiene no me gusta nada. Frunzo el ceño.

—No es cierto.

—¿No? Qué descarada —mira a Liliana mientras me señala y una sonrisa divertida baila en sus labios—. Su amiga le hizo una cita con un muchacho aquí.

—No es una cita —resalto—. Él solo viene a recoger un pedido.

—Un encuentro planeado, entonces.

Andrade: El DesalmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora