Capítulo 1

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Hay cosas que solamente me pasan a mí. ¿Un ejemplo claro de ello? Estudiar a medias para un examen de física, que el profesor ponga preguntas para cada fila y que yo sepa todas las respuestas de una fila... que no me toca.

-¡Profesor! -exclamo, llamando su atención. Deja de escribir en su cuaderno y clava sus ojos ámbar en mí- ¿me puedo cambiar de fila?

Su mirada es mi primera señal: piensa que le estoy gastando una broma, parece examinar mi pregunta varias veces en su mente (quiero creer que lo está considerando por un momento). Entonces mi segunda señal es su risa, disimulada y suave, que deja asomar un hoyuelo en su rostro y me dice bien claro que eso no va a pasar. Él continúa con lo que sea que estuviera escribiendo anteriormente, como si no acabara de tirar abajo mis esperanzas en un santiamén.

Condenado sin corazón.

¿Se dan cuenta? Por razones como estas no puedo dormirme sin estudiar. Desgraciadamente no nací con el don bendito de leer y retener toda la información en mi mente de una sola vez, a mí me toca leer y leer y leer y leer hasta que incluso he transcrito las respuestas de las posibles preguntas que puedan hacerse. Pero esta vez solo estudié lo que consideré importante, esperando que fuese suficiente. Ya sabemos que no lo es.

Si el profesor Andrade me diera la oportunidad de cambiarme de asiento, sé que sacaría un 20. Es más, no un 20, ¡un 22! Esos dos puntos sobrantes me los tendrían que agregar a otra evaluación. Pero también sé que mi queridísimo profesor no se compadecería de mí, ni de nadie.

Así que, mientras espero que mi cerebro busque al menos dos respuestas correctas entre sus rincones, empiezo a hablar y a cantar en clase. ¿Qué más da?

-Profe, ¿por qué no le gusta que le llamen por su nombre? Si es tan bonito -pregunto luego de un rato.

Mi pupitre está justo frente a su escritorio, así que estoy a la distancia correcta para poder hablarle sin ser demasiado ruidosa. Aunque sospecho que eso no importaría, considerando que mis compañeros están realmente enfrascados en sus exámenes, como yo debería estarlo.

El profesor Andrade ya ha terminado de escribir en su libreta, tiene el bolígrafo en su mano derecha, está recostado en su silla con las manos reposando sobre su abdomen. Sus ojos repasan constantemente el salón, de lado a lado, vigilando que no haya nada fuera de lugar, que nadie quiera pasarse de listo con una chuleta. Esos ojos recaen en mí.

-Es una cuestión de respeto -me dice y al ver que mi ceño se frunce, continúa:-. Dime, Jessy, ¿a ti te gustaría que un montón de niños te llamaran: "Jessy", como si fueras uno de ellos, en vez de "profesora Lara"?

-Su argumento es válido. Pero, resumiendo, ¿le gusta porque se siente superior a nosotros?

Se ríe, su cabeza meneándose con gracia. ¿Quién le alegraría el día si yo no estuviera? Hace un gesto para que me acerque y eso hago, apoyando mis manos en el pupitre.

-No me siento superior, lo soy. Y, personalmente, prefiero que me traten de "usted" que de "tú". Se escucha mucho mejor -admite, con esa sonrisa arrogante que me dan ganas de borrar.

-Tampoco es como si nos llevara muchos años, ¿sabe?

Se encoge de hombros. -Puede que sí, pero ayuda a establecer límites, ¿no crees?

Aprieto los labios, la idea de tutearlo es tan ajena y extraña. Tal vez sea el más joven de todos los profesores pero eso no quita el hecho de que es una figura de autoridad, al menos en la institución. Lo que hace funciona, entonces.

-De acuerdo, es un punto a su favor, Javier.

Admiro cómo su expresión se torna consternada al escucharme, sus ojos se estrechan y algo dentro de mí me dice que está juzgando qué haré con esa información, si debe considerarlo un problema o dejarlo pasar. Unos pocos segundos pasan hasta que parece relajarse, me da una última mirada que vacila entre la diversión y la complicidad, antes de levantarse para dar una vuelta entre las filas. Siento una punzada victoriosa en el estómago.

Andrade: El DesalmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora