Capítulo 7

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Mi casa rara vez está sola. 

Cuando era niña me molestaba que siempre hubiera gente entrando y saliendo, sobretodo cuando entré a la tierna adolescencia y deseaba privacidad

En serio, cuando tienes 13 años y estás incursionando en tus gustos literarios, lo menos que quieres es que uno de los mejores amigos de tu tía —a quien amas como a un tío de sangre— entre a tu cuarto sin permiso y te encuentre con ese horrible libro de Megan Maxwell en las manos. Es una situación embarazosa, irritante y que te marca tanto que la sola idea de que vuelva a repetirse te lleva a cerrar la puerta con pestillo cada vez que te dispones a encerrarte en tu burbuja de literatura no apta para tu edad y a declararte enemiga de los visitantes frecuentes. 

Claro que pronto tuve que dejar el berrinche a un lado y aceptar mi realidad.

Mi tía es el tipo de amiga a la que recurres si quieres reírte, comer, discutir sobre tonterías o solo desahogarte sobre lo que te preocupa, siempre ha sido así, lo que ha dado a nuestro apartamento la reputación de ser un «lugar seguro» para sus amigos. 

Lo bueno de todo esto es que ahora no solo sus amigos son los que invaden la casa, los míos también tienen permitido hacerlo. Así que ya a mi tía no le sorprende llegar a casa y encontrar a Lorena revisando nuestro refrigerador mientras Elvis está acostado cómodamente en el sofá de la sala hablando por teléfono. 

Mellys saluda y yo le pregunto cómo estuvo su día. La primera señal de que algo malo pasó: pone los ojos en blanco y rasca su oreja. Es tan característico en ella hacer eso cuando está de malhumor que incluso mi tío Elvis se endereza en el sofá y cuelga la llamada. 

Solo que ella no tiene ganas de hablar de eso, así que solo se encoge de hombros, responde con un «Bien» y pasa de largo a su habitación. Elvis y yo compartimos una mirada conocedora. 

—Está mintiendo —dice él. 

—Descaradamente. 

—¿Averiguas tú o yo, renacuajo? 

—Es tu turno, bagre. Yo estoy ocupada. 

Sus ojos ubican a Lorena a mi lado y sus cejas se alzan. 

—Van a chismosear, ¿no?

—Lógicamente. 

—¿El chisme vale más que saber qué le pasa a tu querida tía, Jessy María? —pregunta con fingida indignación.

Le dedico una mirada. Hoy es feriado así que no pude ver a Lorena en clases y no quiso que le contara nada por llamada. 

—Esta vez sí. 

—No puedo creer que se reúnan solo por eso, esta generación está perdida.

—Sin ofender —habla Lore, dejando su celular a un lado—, ¿pero no es el chisme la razón por la que su amistad con Mel ha durado tanto? Digo… he escuchado cosas. 

Sonrío ante la pizca de ofensa que pasa por su semblante antes de verlo ponerse de pie y guiñarme un ojo. 

—La chica tiene un punto y solo por ella es que voy —dice, dándole un pulgar en alto a mi amiga—. ¡Mellys, estoy yendo a tu cuarto, ponte ropa y no intentes seducirme! —grita, desapareciendo por el pasillo. 

Pongo los ojos en blanco y no es hasta que escucho cómo una puerta se cierra que volteo hacia mi mejor amiga y sonrío como si me hubiese ganado la desgraciada lotería. 

—Entonces, ¿qué pasó? —pregunta ella. 

Es como si activara un botón. Inmediatamente comienzo a contarle todo con lujo de detalles y risas de por medio: cómo Andrade llegó al salón a buscarme, la forma en la que me expuse a mí misma causando que me sonrojara cual colegiala enamorada (lo cual… bueno, sí soy una colegiala pero enamorada no te estoy) y el detalle de que lo llamé asno. Lorena tiene una cara extraña por estar riéndose cuando le cuento esto último. 

Andrade: El DesalmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora