Capítulo 6

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El profesor Andrade me dedica una mirada casi aburrida antes de acercarse a la profesora Alejandra y enfrascarse en lo que parece una conversación ligera. 

Por un lado estoy impactada y por el otro quiero reírme muy fuerte. 

No crean que es por la conversación desarrollándose a unos pocos metros, ni siquiera alcanzo escuchar qué se están diciendo. Es que, a mi lado, Kike ahora tiene el ceño tan fruncido que solo verlo me causa dolor, incluso se ha acercado un poco más hacia mí sin apartar la vista de nuestro profesor, listo para lanzar comentarios sarcásticos si se necesitan. 

Es un dulce. 

Le doy un beso en la mejilla con fuerza y él me mira como si me faltara un tornillo. No es que sea una novedad, mis muestras de afecto hacia Kike suelen ser así de violentas, pero eso no quita el hecho de que siempre lo dejan fuera de base. Estoy riéndome de él cuando escucho mi nombre.

—¿Lara? —Mis ojos enfocan a Andrade, que está nuevamente en la puerta, hace un gesto hacia el pasillo—. Vamos.

Tengo que vender la escena, así que tomo una respiración dramática que infla todo mi pecho, sujeto con fuerza las correas de mi bolso y sigo a mi profesor haciendo mi mejor cara de pocos amigos. Los murmullos y las miradas no se hacen esperar, puedo sentirlos aún más porque vamos en dirección contraria a todos los que están saliendo del colegio. Por muy creativa que soy, no puedo imaginarme qué cosas podrán inventarse para mañana pero no tengo ninguna duda de que ocurrirá. 

No es hasta que estamos en un pasillo solitario que corro un poco para alcanzar estar al lado de Andrade, quien dirige su vista hacia mí.

—¿Por qué vino a buscarme?

—No iba a dejar que te escaparas haciéndome perder mi tiempo.

Qué risa la ironía, de verdad.

—Me lo sugirieron. 

—Lo supuse.

—Pero no soy del tipo que huye.

Por el rabillo del ojo capto cómo su ceja se enarca levemente.

—No tengo seguridad de eso. 

Aprieto los labios. 

No hablamos más hasta que entramos a uno de los salones de cuarto año. Yo me subo de un salto en una de las mesas y Javier apoya parte de su peso en el escritorio con las piernas cruzadas. 

—¿Tus amigos saben de esto? —pregunta, sus ojos ambarinos me entornan.

—¿Lo saben los suyos?

—Lara… —su voz suena como una clara advertencia.

Ruedo los ojos.

—No lo saben —miento, obviamente—. No es como que tenga muchos amigos tampoco, ¿sabe?

 Él pone los ojos en blanco y menea la cabeza a la vez que se arremanga la camisa hasta los codos, cruza los brazos sobre su pecho.

—Se ve bien hoy, Javier, ¿esa camisa es nueva?

Suspira, un largo y profundo suspiro, del tipo que salen cuando estás arrepintiéndote de tus decisiones. Lo sé porque suelo hacer lo mismo con mucha más frecuencia de la que me gustaría. 

—¿Vine a que me halagaras o tienes algo qué decirme respecto a tu jueguito?

Sonrío cual gato Cheshire porque él en serio acaba de decir eso.

—¿Jueguito? ¿Vamos a jugar?

Entorna los ojos, aprieta los labios.

Ajáá, lo atrapé.

Andrade: El DesalmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora