Capítulo 8

259 21 13
                                    

Día siguiente

Christoph.

Cada tarde salgo del departamento, doy un pequeño paseo por las callecitas de Barcelona para después ir a buscar a Karen a su trabajo.
Más de una vez tuve que esperarla porque se demoraba, ella dice que es trabajo pero por otra parte, sus compañeros salen siempre más temprano

—¡Ahí estás! —dijo abalanzándose sobre mi

—¿Cómo has estado? Hoy no te retuvieron —cuestiono dándole una sonrisa, no quiero que sienta una escena

—Uff ¿de veras quieres oír cómo estuve?

—Claro

—El trabajo, ¡apesta! Lucio, ¡apesta! ¡Todo aquí apesta! —contestó con aires de protesta

—Menos tú —acoté rápidamente para robarle un beso

Últimamente mis tardes se basaban en eso: pasear con ella, frecuentar algún café y hablar de miles de cosas por minuto. Ella es tan inteligente; me deslumbra su capacidad de hablar sobre todo, pero llega un momento en el que tengo que irme y regresar a mi desdichada vida, con Regina llamándome cada noche a la misma hora.
Eso no es una relación, más bien, es un convenio para el público. Damos asco.

[...]

Till.

Despertar tarde se ha hecho una costumbre en mí. Barcelona resultó ser una ciudad amena con adicciones ocultas.

Aún siento el aroma de Victoria impregnado sobre mi remera.
Antes de enviarla a la lavandera, absorbo todo el perfume que puedo de ella y enloquezco.

*Suena el móvil*

—Hallo! —mientras escuchaba atento, alguien entró al cuarto —, vuelvo en unos días y hablamos personalmente —terminé la llamada antes de ser reprochado.

—¿Quién era? —cuestionó sacudiéndose el cabello mojado entre sus manos, saliendo de la regadera y con una toalla envuelta en la cintura.
Aquella por la que resbalaba mi cordura.

—Nadie importante _dejé el celular en la mesa y me le acerqué con intensiones impías, buscando lo mismo que anoche —. ¿Y tú? No me digas que te vas tan pronto —oculté mis labios entre su mandíbula y el cuello, al tiempo que la pegaba más a mí con una mano en su espalda baja.

—Lo siento, Till —se separó, poco brusca, y mi paciencia comenzó una cuenta regresiva —. También tengo mis asuntos. Creí que había quedado claro la primera vez.

Caminó descalza de regreso al baño y le aventajé para taparle el paso.

—Podemos arreglarnos —reparé. Victoria era la excitación que aminoraba mi monotonía. Habría que prolongar más nuestros encuentros, y era lo que buscaba lograr.

—¿Un arreglo? —dio una fuerte carcajada y pasó por debajo de uno de mis brazos. Me cerró la puerta del baño en las bruces y siguió hablando desde adentro —Espero que entiendas la espontaneidad de nuestros ratos, Till.

No quería reprimendas. Quería soluciones, y en ese momento.

—Por eso, propongo un acuerdo —di un par de zancadas de vuelta a la mesa y chequé la pantalla de mi teléfono.

«Anteriormente me dijiste lo mismo. De verdad espero que hablemos personalmente. Te echo de menos, amor».

Thomalla.

No se cansaba de llamar, escribir, enterarse.

Una hermosura como ella en casa, disminuía el estrés, pero justo ahora sólo ha estado empeorándolo.
Me sentía sofocado y Victoria era el respiro que necesitaba.

DominándonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora