Capítulo 10

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Karen yacía dormida encima del brazo de Schneider, quién no había podido pegar el ojo en toda la noche.
La observaba detenidamente, cada facción de ella. Sus mejillas con un leve rosado, su boca fina y el cabello lacio reluciente. No sabía bien que estaba sintiendo por ella, mas sea lo que sea debía dejar de sentirlo. Con la distancia tal vez tendría éxito, pero olvidarla por obligación, por imposición, por temor al padre de Regina... Era un absurdo, que Christoph debía cumplir.

— ¿No duermes? —preguntó ella, abriendo con lentitud sus ojos.

—En eso estoy —respondió el músico dándole un beso en la frente —. Sigue en lo tuyo, aún falta para que me vaya.

Se mantuvieron abrazados unas horas más, hasta que ella por fin durmió y él encontró el momento indicado para irse sin saludar. Las despedidas no eran de su agrado, y menos cuando eran despedidas para siempre.

«Hallo Till, habla Schneider. Solo avísame cuando vayas al aeropuerto. Iré a desayunar con Sergey, nos vemos allá", envió una nota de voz a Lindemann, y rápido salió del hotel donde había pasado la noche con Karen. Quería irse lo más rápido posible, no soportaría una despedida. Solía ser un sentimental en ocasiones.

En la cabaña

— Imagino que alguien tuvo que decirte ya que eres pésimo masajista —gruñó Victoria, que bebía café mientras leía el periódico a la vez que Till le masajeaba la espalda.

— Puedo ser más rudo, muy rudo de hecho, si es lo que quieres —contestó él con la malicia en su sonrisa.

— Gracias pero paso, no me dicen Lindemann —respondió Victoria levantándose del asiento.

— Te serviré café, ¿quieres?

— No es justamente lo que se me apetece viniendo de ti, pero ya que —murmuró con voz seductora —. En una hora debo estar yendo al aeroparque —acotó con una extraña sensación. Victoria había sido una mujer con todas las letras, era madura, inteligente, real. Sin duda alguna iba a extrañarla, aunque en su tierra natal tenga a Sophia, era como comparar un vino añejo de selección con un vino en cartón.

Mientras desayunaban, Till comentaba a Vic todo lo que debía hacer; viajar a Rusia, volver a Alemania, quedarse con su hija y familia, volver a Rusia con su amigo Anar entre otras cosas más.

— Y encima tienes cara de quejarte... Yo debo ir a esa oficina de mala muerte de lunes a viernes, y con suerte llegare a fin de mes, y ni hablar de mis vacaciones —se quejaba simpática.

— De todos modos, espero que en tus planes entre algún que otro fin de semana para ir a verme —propuso Till sonriente —. O puedo venir yo mismo a buscarte.

Victoria solo sonrió. No sabía ni conocía bien cómo se manejaba Till o si simplemente estaba bromeando, pero de ser cierto, no había mucho que pensar entre llorar a un hombre que puso toda su familia en su contra, que viajar con un tipo como Till por toda Europa.

— Vamos, te llevo al trabajo y de ahí puedo ir al aeropuerto —aviso Till. Ella aceptó, y subiéndose a la camioneta de él, veía por el espejo retrovisor aquella cabaña donde ella lo marcó.

Minutos más tarde.

— Y bien, llegamos —dijo Till largando un suspiro.

— En serio, gracias —contestó Victoria con un tono algo quebradizo —. Han sido unas semanas... Has hecho que mis semanas sean menos malas.

— Eres bastante brusca para decir un halago —sonrió él —, supongo que alguien más ya te lo dijo antes. De todos modos, eres y serás lo mejor que me queda de este viaje a España —afirmó Till tomándola del rostro con una mano, y dándole un profundo beso sobre los labios rojos de ella. Era una sensación intensa pero enriquecedora, una forma cliché de despedida que a ambos reconfortaba pero a la vez dolía. Ninguno podía pensar que eso fuera «Amor», ambos descreían de aquel sentimiento en base a sus respectivas experiencias, aún así no se privaban de experimentar esa extraña sensación de nostalgia.

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