Venus no cree en las maldiciones...
Hasta que una bruja de circo la maldice.
Viéndose atrapada en la desgracia, sin trabajo, sin hogar y sin dinero, acaba en un circo, dónde el dueño resulta ser su gusto culposo, el cliente que siempre llegaba al ba...
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—Escoge una carta.
—¡Esto es ridículo! —exclamé, haciendo molestar a la adivina o bruja, lo que sea que quiera ser.
—¡No insultes mi arte, mujercita! —Tiró las cartas en la pequeña mesa redonda de madera, decorada con un barato mantel rojo y su bola de "cristal" en el centro— Yo no he insultado tu trabajo de prostituta.
—¡No soy prostituta! —Me levanté de la silla, indignada—¡Sirvo copas en un bar por las noches, eso es todo!
—¡Ja! —Se ríe, arrugando su larga y puntiaguda nariz—¿A quién crees que le estás mintiendo? Vi en tu retorcida mente cómo aceptabas dinero de los hombres por una rápida sesión en los baños del bar.
—No sé de qué me habla —respondí molesta. Nunca he hecho tal cosa por más que mi situación lo ameritaba—. No soy una cualquiera que se abre de piernas por dinero, tengo dignidad. De las dos, usted tiene más pinta de haberse ofrecido a extraños para conseguir algo de comer, porque dudo mucho que con este "trabajo" pueda conseguir algo decente para sobrevivir.
Su rostro cambió de molestia a completa furia, aunque logró cambiar su expresión rápidamente a una completamente seria. Que profesional ocultando que quiere asesinarme.
—Tendrás tu maldición por ser una malcriada —me entregó una carta, que agarré con desconfianza, sin quitar mi vista de sus ojos llenos de furia—. Ten tu número de la suerte.
Voltee la carta, mirando cómo la imagen de una copa se transformó en pequeños corazones con un número "7" en los bordes.
—Esa es la cantidad que necesitas para romper la maldición, ahora lárgate.
Quise gritarle, arrojar su maldita bola de cristal al piso y decirle un par de palabrotas, pero la voz se me fue y de pronto, todo estaba negro.
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Las campanas de la iglesia siempre se escuchan hasta mi apartamento, ya que vivo a una cuadra de la Iglesia principal, la cual toca sus campanas cada ocho de la mañana. Es mi despertador personal ya que odio despertar por el sonido de una alarma ruidosa a la par de mi oído. Me moví en mi gran cama, tratando de sacar la pereza de mi cuerpo, aunque es algo muy imposible de hacer.