Cuerpos

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Hay que recostar nuestros cuerpos, en la arena, boca abajo, y dejar que la tierra escuche el latir de un corazón eufórico.

Los besos de Izuku eran de lo más espontáneo, de esos que sucedían cuando menos se lo esperaba.

Un día, Katsuki estaba cociendo algo de arroz para cenar mientras el pecoso estaba fuera de su vista haciendo quién sabe qué. De pronto apareció el chico que se supone estaba en su cuarto, y le propinó un beso pequeño en la boca.

—Ese fue nuestro primer beso en la cocina —canturreó, para irse rápido antes de que Katsuki dijera algo al respecto.

Con la cara roja terminó de preparar la cena, con la felicidad hasta la coronilla.

Otro día estaba recién llegando de trabajar, le había ido muy bien así que estaba cansado. Al inicio no escuchó nada, así que creyó el pecoso estaba dormido o en el baño. Cuando entró al cuarto Izuku se lanzó contra él, al parecer había estado esperando para atacar, y le dio otro de esos pequeños pero alegres besos.

—Es nuestro primer beso después del trabajo —dijo risueño, para también irse a lo que estaba.

En otra ocasión, Katsuki llegó bastante tarde a casa, culpa de un cliente que le hizo perder su tiempo. Había pasado a comprar algo de comida instantánea para la cena, y gracias a su cansancio, caminó muy despacio camino a casa.

Cuando abrió la puerta, esperaba que Izuku ya estuviese dormido o acostado si quiera, pero en cuanto entró se lo topó en la sala.

—¿Kacchan? —habló bajito. Dios, que ya parecía su madre. Katsuki suspiró, a pesar de eso, sintió lindo el que Izuku le esperara en la sala—. Es bastante tarde, ¿Está todo bien? —preguntó, irritando al rubio.

Izuku no recibió respuesta alguna. Katsuki se acercó hasta el peliverde y le tomó con una mano de la cintura. Estaba cansado, y probablemente el otro también lo estaría de esperar.

—Vamos a descansar —dijo casi en un susurro. No le importó la comida, dejándola en la mesa, y llevándose a Izuku al cuarto.

Dejándolo de lado, se recostó en su cama tal cual. Una noche de ayuna no le haría daño a nadie.

—Kacchan, si vas a dormir ponte ropa cómoda —intentó quitarle uno de los zapatos, fallando. Sus botas eran demasiado largas. El rubio, desganado, se sentó en la cama quedando a la altura de Izuku.

—Hoy no me has dado mi primer beso —se quejó como un crío. El pecoso no pudo evitar reír encantado, aquel detalle de Katsuki lo puso loco. Se sonrojó, y le costó pensar en qué tipo de primera vez sería el beso de aquella noche.

—Mmm... —se inclinó y dio un pequeño beso al rubio adormilado—. Ese fue nuestro primer beso sentados en tu cama —sentenció, y soltó unas risitas risueñas. Katsuki le tomó de las mejillas sin esperar y le plantó otro beso.

Estaba demasiado cansado como para pensar.

No lo soltó, al contrario, profundizó el beso. El pecoso se dejó hacer, aquello no era muy común en Katsuki, de hecho, el noventa por ciento de los besos que se daban los iniciaba él. Que Katsuki tomara iniciativa era para aprovechar.

Era como la tercera vez que sus lenguas se tocaban en un beso húmedo.

Izuku, en su interminable éxtasis, soltó un pequeño jadeo que hizo a Katsuki reaccionar. El rubio se separó con lentitud, ambos se miraron a los ojos, e Izuku esbozó una sonrisa.

El latir de su corazón le decía a Katsuki que tal vez esa noche sería la que había estado esperando desde siempre, pero su uso de la razón le pedía posponerlo y mejor dejar que ocurriera con más calma otro día.

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