Once: megáfonos

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Al llegar a la calle grande nadie prestaba atención a los cuatro niños con pintas particulares que correteaban por allí.

Eso les daba una cierta tranquilidad, pero no se sentían libres ni seguros del todo. Probablemente alguien les buscaba o espiaba en secreto después del lío ocurrido con Anaís.

Entonces, una sirena resonó por toda la calle, asustando a los protagonistas, que se quedaron quietos temiendo lo peor.

-EL NIÑO DEL PELO AZUL, EL DE LA CAPUCHA NARANJA Y LA NIÑA DEL PELO ROSA ACUDAN A LA COMISARÍA DE POLICÍA.

Los cuatro botaron al oir esto, y salieron corriendo sin fijarse de la gente que los observaba después de oir la descripción del policía.

Evitaron miradas, preguntas y otras muchas cosas, y se metieron en la calle paralela. Allí todos recuperaron el aliento.

-¿Para qué se supone que nos quiere la policía? -Gimió Gumball.

-¿Hemos hecho algo malo como para que la poli nos llame? -Preguntó Darwin, aún sabiendo que nadie podía contestarle.

-No lo sé, chicos. -Dijo entonces Jane.- Pero sea lo que sea, huiremos.

-¿Y si no es malo? ¿Y si la policía solo intenta ayudarnos? -Preguntó Anaís.

-Pues no seré yo quien lo averigüe. -Terminó Gumball.

-En ese caso... -Protestó su hermana- ¡A CORRER!

Añadió, al ver a unos policías doblar la esquina. Corrían a por ellos, eso seguro.

-¿¡Qué queréis!? -Preguntó el peliazul mientras corría.

-Si os paráis lo diremos. -Contestó el policía.

-¡NUNCA!

Aceleraron el paso. Jane iba la primera, al lado de Gumball. Darwin iba después de ellos, y Anaís la última.

-¡Anaís! ¡Corre más! -Le gritaba su hermano mayor.

-¿¡Es que no ves que no puedo!? -Protestaba ella.

-Ayyy... -Exclamó Gumball.

Y veía como su hermana cada vez iba más lenta. Se estaba cansando de correr.

-¡No, Anaís! ¡No te rindas!

-No... puedo... más...

Finalmente esta se quedó parada y recuperaba el aliento. Gumball veía a los policías que la iban a alcanzar, y se le ocurrió una locura.

Él se paró también, y, sin importarle las protestas de Jane,  esperó a que su hermana le alcanzara. Cuando la tuvo al lado, la cogió en brazos y corrió, intentando alcanzar a los demás.

-Gracias... -Susurró Anaís a su espalda.

En su nueva forma de humano, el gato azul (o eso antes) podía correr mucho más rápido que antes, y se sentía ligero y ágil.

Pero empezó a oír sirenas a su espalda, y esque los policías iban ahora en coche.

-¡ALTO! -Sonaba en el megáfono.

Los niños, asustados, no pararon. Pero su resistencia no iba más allá. Sobretodo la de Gumball, que intentaba alcanzar a los dos e iba con su hermana en brazos.

-No puedo seguir... -Se quejaba.

Entonces giró a un lado con sus últimas fuerzas y acabó rodando en un montón de cajas y bolsas de basura. Así escondidos, los dos hermanos oyeron un trozo de la conversación de dos policías que se habían bajado para buscarlos.

-...y es que su madre se enfadará...

-...les ha llamado y...

Anaís iba a preguntar algo a los dos hombres, pero su hermano le tapó la boca.

-¡Hum, suéltame!

-No te entregarás a la policía.

-¡¡SUÉLTAME!!

Gumball se sorprendió por el grito y soltó los brazos de su hermanita. La dejó suelta el tiempo suficiente como para que se dirigiese a los policías.

-¿Su madre? ¿La madre de quién? -Fue lo que les preguntó.

Los dos policías se sorpendieron al ver a la pelirrosa, pero luego respondieron.

-La vuestra.

La Dimensión (el asombroso mundo de Gumball)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora