PRÓLOGO

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Dicen que recordar es vivir...
pero hay momentos que prefiero no hacerlo.
Claro que existen días en los que a m memoria vienen aquellos abrazos que me daba mi hermano menor Carlos y que, al regresar de la escuela, en vez de hacer los deberes nos encerrábamos en mi cuarto a imaginar que éramos estrellas de rock; horas y horas pegando notas musicales agudas y graves según el grupo, hasta que algún vecino tocara con odio la puerta y nuestros padres nos mandaran callar. Antes de <,ese día» vivíamos en un pueblo a las fueras de Vancouver, ciudad que tuvimos que acoger por el trabajo de mi padre y que en cierta forma nos venía bien, pues cerca de la gran ciudad disfrutábamos de una cultura similar a la nuestra, a solo unos pocos kilómetros de distancia.
¡Lástima que el pueblo fuera tan diferente! Es increíble como la gente puede cambiar tanto a tan solo 10 kilómetros, Pero mis padres habían escogido el pueblo por su simpleza, por su paz y quietud, algo que mi madre, pera que sobre todo mi padre, apreciaba sobre manera.
¿Quién dirá que .e bosque que tanta paz y nieve nos daba, llegará un día a reclamarnos con creces todo lo que nos había dado?
Se llevará mi alma en sí y cambiaría nuestras vidas de una manera que nadie esperaría. Sobra decir que Carlos y yo no éramos muy populares en á colonia, en la escuela, con los vecinos o con la familia en sí; eran tiempos en que los niños de cabello largo, vestidos de negro, que escuchaban a heavy metal, no eran precisamente bien vistos, y menos en ciudad de Delta, puebla religioso, donde éramos más adoradores del diablo que niños con sueños, según la gente.
Y aquello de que estuviésemos metidos hasta el cuello en lo sobrenatural, ya saben, fantasmas, casas embrujadas, a dónde vamos después de morir... Todas esas cosas nos tenían obsesionados, a mí un poco más que a Carlos, pues yo siempre vivía cuesfionándome todo y perdiéndome en cada casa que podría guardar un significado especial. Nunca dejé que la escuela interfiriera con mi conocimiento real de cómo funciona el mundo. Para las 15 años yo era mucho más despierto que cualquiera de mis compañeros y eso estaba bien para mí; pero Carlos era diferente, él podría ser el científico más grande que el siglo viera nacer. Iba enmi salón, pues lo habían adelantado y estaban por volverlo a promover antes de terminar el año. Mis padres estaban tan orgullosos de él que se notaba de manera Inmediata en sus voces cuando alguien les mencionaba algo de él, era como ver a los pavorreales sacar las plumas e inflar el pecho. Yo también estaba orgulloso de él, sabía que si alguien podría librar al mundo de dos o tres desgracias seria Carlos, no sentía envidia por á atención que le daba el mundo pues, por muy extraño que parezca, él siempre buscaba mi compañía, yo notaba que él me veía como su héroe. Realmente tenía un hermano, el mejor de todos. Por otro lado, yo habla desarrollado intereses muy diferentes y habilidades menos llamativas ante las ojos de los demás, era bueno escribiendo, tenía una fuerza física bastante aceptable y empecé a estudiar ciertos idiomas por mi propia cuente mi sueño, con sinceridad diré, era relatar cuentos de terror a las mentes jóvenes, pero no cualquier cuento, sino una historia que realmente hubiera vivido y que pudiera describir de manera vívida y llena de detalles; de ahí mi interés por lo oculto y oscuro ¡que estúpido eral Si tan solo hubiera sabido lo que estaba por pasar.
Carlos era de lo más leal, tanto así que me culpaban a mí por su conducta, ya que el parecía Imitar cada uno de mis pasos. La música fue uno de esos gustos que el heredó de mí; teníamos grandes padres que nos defendían de todo y de todos, pero en el fondo sabíamos que lo hacían por amo, pues incluso ellos estaban en desacuerdo con nuestros gustos. En la escuela siempre me tocaba defenderlo de los más grandes, a pesar de que á mayoría se alejaban de nosotros por considerarnos inadaptados, no faltaban aquellos valientes que se intentaran aprovechar de mi pequeño hermano; espigado, alto, con un cabello lado cayendo bajo los hombros, pero con su mirada inocente que le delataba ante los abusones. Yo envidiaba esa melena, era casi irreal, pues combinada con su tez pálida y sus ojos azul profundo, le daban un aspecto como de una verdadera estrella de heavy metal. Aún recuerdo que mucha gente pensaba incluso que no éramos hermanos; de no ser por la vestimenta y que vivíamos bajo el mismo techo. Físicamente éramos completamente diferentes, mi cabello negro, ondulado y largo, mis ojos violeta y mi tez un poco más aperlada, espalda ancha y brazos firmes y mi 175 de estatura a comparación del 1.85 de él tampoco ayudaban; aún asi éramos inseparables y lo fuimos hasta que cumplí 20 años, apenas días antes de que Carlos cumpliera los 19; ese día que perdimos lo más importante en la vida, ya que además, nos perdimos el uno al otro.

ALMAS DE HIELO:MUERTE Y PECADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora