Amanda esperaba a Ismael hecha un ovillo debajo de sus sábanas. La presencia de la muñeca llenaba cada rincón de la estancia y oprimía el ambiente llenándolo de un inquietante perfume a odio. Otra vez, esa musiquilla sonaba incesante, como si se tratara de la respiración de Ivory. Como si pretendiera demostrar que estaba viva.
Un chasquido en la puerta. Amanda se quedó paralizada y se estremeció. Su corazón comenzó a palpitar de manera descontrolada y temió por un momento que sus latidos desesperados despertaran a Ivory de su sopor. Unos pasos, y de pronto una mano que se posaba suavemente sobre su cabeza. Amanda soltó un grito de terror.
-Chhhssss, tranquila, que soy yo-.Susurró la voz familiar de Ismael.
La muchacha se destapó. La musiquilla había cesado. Escrutó la oscuridad y pudo ver a Ivory, con su aspecto de muñeca, tendida sobre la mesa de su tocador. Ismael la vio también, y sin decir nada, agarró la temblorosa mano de Amanda y la guió hacia la puerta. Los dos chicos caminaron sigilosos hasta la puerta de la habitación sin apartar los ojos de la muñeca. Ismael empujó a Amanda fuera de la habitación y cuando se volvió hacia la puerta para sellar la estancia, se topó cara a cara con las cuencas ensangrentadas de Ivory. Ismael agarró el pomo de la puerta con fuerza, pero Ivory posó una de sus manos sobre su cuello, apretando cada vez más y más. Ismael sintió una náusea; un gruñido de escapó por entre sus dientes. Con manos temblorosas, agarró las pálidas y frías manos de Ivory, pero no tenía fuerza suficiente para conseguir arrancar la garra que se ceñía en torno a su garganta. Su visión se tornó borrosa, estaba a punto de ahogarse. A sus espaldas, pudo escuchar la voz llorosa de Amanda que gritaba su nombre. Ivory acercó sus labios a la cara de Ismael.
-Es mía-. Murmuró. Entonces, soltó al chico.
Ismael cayó de bruces al suelo tosiendo y masajeando su cuello. Amanda se agachó junto a él y le ayudó a levantarse. Cuando Ismael se hubo recuperado, ambos miraron de nuevo al interior de la habitación. La muñeca permanecía en el mismo sitio, como si no se hubiera movido.
-Vamos, corre, antes de que despierte otra vez-. La voz de Ismael era ronca y ahogada, y en torno a su cuello, comenzaron a marcarse las huellas rojas que los dedos de Ivory habían dejado.
Ambos bajaron a toda prisa las escaleras y se encerraron en la cocina. Ismael se sentó en una silla.
-¿Quién es ella?-preguntó Amanda mientras se apoyaba en la encimera tratando de controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo-¿Cómo llegó a tu poder?
Ismael respiró hondo antes de comenzar a hablar. Sus dedos recorrieron distraídamente su garganta una vez más.
-Todo comenzó el verano pasado, cuando estábamos de vacaciones en una casita rural. Mis padres la habían alquilado durante una semana para que mi hermana y yo pasáramos un tiempo rodeados de naturaleza en un entorno tranquilo y diferente. El viaje fue una maravilla, hasta que un día, mi hermana trajo la muñeca. La habíamos dejado durmiendo en la casa mientras que mis padres y yo íbamos a tomar algo de merendar a un pequeño y acogedor restaurante que había en el pueblo. Al parecer, cuando mi hermana despertó, se puso a jugar a explorar. Recuerdo que la casa tenía como un pequeño trastero en el que había un montón de cosas de todo tipo, muy posiblemente cosas que los visitantes se dejaban olvidadas. Y entre esas cosas, estaba la muñeca.
Mi madre le dijo que podría quedársela siempre y cuando nadie la reclamara. Y nadie la reclamó en el tiempo que estuvimos ahí. Lidia estaba como atontada con la muñeca: No la dejaba ni a sol ni a sombra, se quedaba durante largo tiempo mirándola sin mover apenas un músculo de su cuerpo... Ante la devoción de mi hermana por el juguete, mi madre se puso en contacto con el propietario de la casa y éste le dijo que nunca había visto la muñeca que le describíamos, de manera que la muñeca, volvió con nosotros cuando abandonamos la casa.
Pronto nos olvidamos del asunto, hasta que mi hermana comenzó a tener pesadillas. Pesadillas en las que, según nos decía, aparecía una niña sin ojos que se parecía mucho a su muñeca. Con el tiempo, esas pesadillas parecieron convertirse en algo real, porque cada vez que mi hermana se quedaba sola en una habitación, sus gritos desgarradores nos avisaban de que su muñeca era una niña mala que quería hacerle daño. Mis padres la consolaban con abrazos y besos y le decían que sólo era una muñeca y que los muñecos no tenían vida propia, que todo estaba en su imaginación... Hasta que la imaginación de la niña pasó a otro nivel: Un día, llamaron del colegio diciendo que mi hermana se había partido una pierna. Mi madre acudió corriendo, y allí le dijeron que había sucedido en el recreo: Lidia había tropezado en las escaleras y había caído. Pero mi hermana lloraba y lloraba, y decía que había sido su muñeca, que estaba intentando matarla.
Ante la insistencia de los profesores, mis padres llevaron a mi hermana a un psicólogo infantil. Durante un mes, pareció mejorar. Las pesadillas, los accidentes y los fantasmas cesaron.Una tarde, mi padre y yo volvíamos a casa después de mi entrenamiento de baloncesto, y nos encontramos a la pequeña Lidia en el jardín. Estaba hablando con alguien, pero no podíamos ver con quien. Mi padre entró en casa, pero yo me quedé un rato observando a mi hermana. Se apoyaba en sus muletitas, y parecía querer moverse, pero algo la mantenía paralizada en el sitio. Me acerqué a ella, tratando de ver con quién hablaba. Pensé que podría tratarse de algún vecino, pero hice un repaso mental de todos los vecinos de nuestra manzana y ninguno podría ser tan menudo como para no verlo desde donde me encontraba... A no ser que Lidia estuviera hablando con algún otro niño. La llamé por su nombre, y mi hermana se volvió hacia mi con el terror reflejado en su rostro. Llegué hasta donde ella estaba y vi en el suelo a su muñeca.
-Dice que quiere volver a vivir, que no quiere ser una muñeca... Y que me necesita a mi, pero yo ya no quiero ayudarla...-Lloraba mi hermana mientras se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta.
Esa misma noche, después de cenar, me colé en el cuarto de Lidia y cogí la muñeca. Sin pensármelo dos veces, la metí en la bolsa de la basura y observé poco tiempo después a mi padre mientras que la tiraba, con la muñeca y las sobras de la cena, al contenedor. Esa misma noche, recuerdo que me desperté sobresaltado, empapado en un sudor frío y que, entre las tinieblas de mi habitación, distinguí una silueta que llevaba puesto un vestido que parecía ser de otra época. Sus largos tirabuzones le caían por los hombros, y sus ojos, dos cuencas vacías y sangrantes, estaban clavados en mi.
Fue entonces cuando comprendí que nuestra pesadilla no había hecho más que empezar.
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LA MUÑECA DE LOS OJOS ESCARLATA ©
HorrorÉl era callado, y nunca llamaba la atención. Los primeros días parecía sumido en el profundo letargo que le provocó la muerte de sus padres y de su hermana pequeña. Pero era su primo a fin de cuentas, y Amanda no sabía apenas nada de él. Sólo que se...