VII. LA VERDAD.

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—La presencia de la muñeca parecía perseguir a mi hermana allá donde iba. Comenzamos a observar que tenía moratones y profundos cortes en las piernas y los brazos. Mi madre la regañaba, diciéndole que qué le sucedía y por qué se hacía eso... Pero Lidia nunca contestaba. Por mi parte, comencé a experimentar unas horribles pesadillas, en las que una niña con largos tirabuzones y las cuencas de los ojos ensangrentadas me perseguía por un callejón sin salida. Y los días fueron pasando, extraños, grises.
Un día, mientras comíamos, descubrí que Lidia tenía un enorme arañazo que le descendía por el cuello. Al notar mi mirada sobre ella, se levantó de la mesa y dejó su plato en el fregadero para salir a toda prisa de la cocina. Salí detrás de ella, y me la encontré apoyada en la pared, con la mirada elevada al techo y respirando trabajosamente. Me acerqué a ella y se puse de cuclillas para llegar a su altura. Tomé su mano y descubrí que estaba helada y temblaba. En apenas un susurro ahogado por las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos, las palabras que mi hermana pronunció, consiguieron helarme la sangre.

Está intentando matarme.

Esa misma noche, cuando todos dormían, tomé la decisión. Agarré la muñeca que reposaba sobre una de las sillas de la habitación de Lidia, observándola. La metí en mi mochila y, sin hacer el menor ruido, salí a la calle. Cogí mi bicicleta del garaje, y comencé a pedalear sin descanso. No paré hasta que llegué a un pequeño claro del bosquecillo al que íbamos a hacer excursiones con el colegio.

Encontré una papelera, y arrojé la muñeca y sin pensármelo dos veces, le prendí fuego. Tal vez no tenía que haber actuado de una manera tan impulsiva, pero estaba seguro de que mis padres no me iban a creer. Igual que tampoco creían a Lidia.

La muñeca y la papelera quedaron reducidos a cenizas, mientras que las llamas danzaban ante mi con su macabro ballet. Cuando me hube cerciorado de que la pesadilla había acabado para siempre, regresé a casa.

La siguiente semana fue tranquila, todo parecía olvidado y todos los incidentes de los días anteriores quedaron reducidos a un mero y difuso recuerdo.

El día del accidente, íbamos a comer con unos amigos de mis padres. La radio sonaba con una musiquita sutil, mi madre le recordaba a Lidia que debía portarse bien y comer todo lo que le pusieran en el plato. Yo daba cabezadas apoyado en la ventanilla, mientras que mi padre iba al volante. De repente, un grito de mi madre diciendo que parara el coche. Mi padre dio un volantazo. Se me heló la sangre en las venas cuando vi a una niña con largos tirabuzones y un vestido azul que cruzaba con la cabeza agachada y muy lentamente la calzada. El grito desgarrador grito de Lidia llenó el ambiente mientras el coche salió de su carril, y otro coche nos embistió de lleno. Lo último que recuerdo son los agónicos gritos de toda mi familia.

Me desperté una semana después en el hospital con la espantosa noticia de que todos había muerto. Les hablé de la niña, de esa niña que se había puesto en nuestro camino y había provocado el accidente que mató a mi familia. Nadie la había visto, ningún testigo. Para el resto del mundo, esa niña no existía, a pesar de que yo sabía que había vuelto desde el infierno y renacido de sus propias cenizas para acabar con nosotros.

Una vez recuperado de mis heridas, me vine a vivir con vosotros. No volví a saber nada más de la muñeca hasta que tú comenzaste a mencionarla. Hasta que comenzó a hacerte a ti lo mismo que le hizo a mi hermana. Y si te lo está haciendo a ti, significa que por algún motivo, mi hermana no le servía para su cometido. Y con esto, estoy más seguro que nunca de que Ivory, siempre vuelve.

LA MUÑECA DE LOS OJOS ESCARLATA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora