Podía recordar con una precisión fotográfica el momento exacto en el que todo aquello había comenzado. Era una soleada tarde de domingo, del mes de abril. A diferencia de la mayoría de los días en los que al volver del instituto se dedicaba a trepar a los árboles para recoger piñones o se tumbaba al sol dispuesta a hacer la tarea diaria; ese día en concreto se encontraba sentada en las escaleras del viejo porche de casa de su abuela. Desde que la buena mujer falleció, sus padres y ella se habían trasladado desde su pequeño piso en el centro a aquella casa. Bien era cierto que a veces, la vieja vivienda le daba miedo, sobre todo por la noche cuando el viento invernal acariciaba toda su estructura y la hacía temblar y suspirar con su leve caricia.
Sentada como se encontraba, casi podía notar el suave tacto del algodón que le recubría el cuerpo en forma de vestido. La suave brisa despeinaba su pelo, dejando algunos mechones fuera de aquella trenza que su madre le hacía cada día con tanto esmero. Con manos decididas, se colocó el pelo rebelde por detrás de las orejas, deseando por un momento no parecer muy desaliñada.
Se abrazó las rodillas mientras miraba ansiosa el camino empedrado por el que de un momento a otro debería aparecer el coche de su padre. Sentía una ligera sensación de nerviosismo y repasó, por enésima vez en lo que iba de tarde, las palabras que con tanto cuidado había elegido decirle cuando le conociera.
Al cabo de unos minutos, el ruido de un motor rompió la paz que reinaba y silenció los cánticos de los pájaros. Se levantó nerviosa mientras se alisaba la falda con ambas manos.
—Es él... -—murmuró mientras clavaba la mirada en el vehículo que se acababa de detener frente a ella. De la puerta trasera del auto, emergió la delgada figura de un muchacho; más o menos de su edad. Era su primo Ismael.La chica contuvo el aliento mientras aquel desconocido joven miraba a su alrededor con los ojos entornados. Ismael se iba a quedar a vivir con ellos ya que una semana atrás, el joven había sobrevivido a un trágico accidente que se había cobrado la vida de sus padres y de su hermana pequeña. Aunque el padre de ella y la madre del muchacho no tenían mucha relación, ellos eran la única familia viva que le quedaba al chico. Ismael seguía observando su nuevo hogar sin ninguna expresión en el rostro. Luego, posó sus brillantes ojos verdes en la muchacha. Se acercó a él con paso decidido. A pesar de tener más o menos la misma edad, Ismael era casi de su misma altura.
—¡Hola! Yo soy Amanda. Siento mucho lo de tu familia... —De pronto se olvidó de las palabras. Los ojos de Ismael parecían estar escudriñando hasta sus más secretos pensamientos, así que se limitó a tenderle una mano. Ismael la ignoró y se volvió hacia su tío que acababa de sacar su maleta del maletero.
En cuanto hubo cogido con ambas manos sus pertenencias, el chico comenzó a ascender las escaleras del porche. Amanda miró extrañada a su padre. No estaba segura de si había hecho algo mal. Su padre le dedicó una débil sonrisa, y acudió a ayudar al muchacho a abrir la puerta. Amanda se quedó observando a su primo mientras éste se perdía en el interior del que sería su nuevo hogar. Antes de que la puerta se cerrara, algo llamó la atención de Amanda: Una muñeca. Una bonita cara de muñeca con largos tirabuzones, sobresalía por la bolsa de viaje de Ismael.
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LA MUÑECA DE LOS OJOS ESCARLATA ©
Kinh dịÉl era callado, y nunca llamaba la atención. Los primeros días parecía sumido en el profundo letargo que le provocó la muerte de sus padres y de su hermana pequeña. Pero era su primo a fin de cuentas, y Amanda no sabía apenas nada de él. Sólo que se...