Los días comenzaron a sucederse como si todos hubieran sido cortados por el mismo patrón. Desde la noche en la que Ivory cobró vida, algo en Amanda cambió: Tenía la continua sensación de ser observada y de que alguien escrutaba cada uno de sus movimientos por pequeño que fuera.
Las noches eran de pesadilla. Acurrucada en su cama, escuchaba el crujir de las ramas de los árboles contra la ventana de su habitación. Una musiquilla que parecía llenar cada rincón de la casa la despertaba cada madrugada a las tres en punto. Y desde cualquier oscuro rincón, la diabólica sonrisa de Ivory velaba por sus pesadillas.
Irónicamente, no fue la única que experimentó cambios. Ismael, comenzó a hablar, a comportarse como uno más de la familia. Pero Amanda estaba bastante abstraída y muerta de miedo para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. No fue hasta una soleada mañana cuando, mientras ella se encontraba sentada en uno de los columpios que su padre había puesto en el jardín cuando era pequeña, que Ismael se acercó para hablarle. Amanda tenía los ojos clavados en la puntera de aquellos zapatos rojos que tanto le gustaban.
—¿No te aburres aquí sola?— preguntó Ismael. Amanda levantó la cabeza. Sus ojos estaban hundidos y rojos a causa de la falta de sueño.
—No quiero hablar con nadie. Vete.
Ismael ignoró su comentario y se sentó en el otro columpio, a su lado. Comenzó a columpiarse con calma. Los hierros de las correas crujían cada vez que el muchacho se daba impulso. El sonido taladraba los sesos de Amanda.
—La muñeca que trajiste en la maleta el día que llegaste... ¿De quién era?— inquirió al fin ella. Los impulsos de Ismael en el columpio se hicieron cada vez más débiles hasta que se detuvo. Sus pies arrastraron un débil polvillo mezcla de tierra y césped. Su primo se quedó muy quieto, mirándola con los ojos como platos.
—¿Qué muñeca? No tengo ninguna muñeca...
Ismael rehuyó su mirada. Amanda no entendía por qué mentía. Y si mentía, es que sabía muy bien de lo que le estaba hablando y trataba de ocultar algún secreto tras de sí...
—Claro que sí... Esa preciosa muñeca de trapo... Sabes perfectamente de lo que te estoy hablando porque tú también lo has vivido... Y ahora está pasándome algo... Creo que me estoy volviendo loca... Y tengo mucho miedo... Ella quiere matarme...
Los ojos suplicantes de Amanda se posaron en los de Ismael. Él, por su parte, parecía estar librando una complicada batalla interior. El viento movía las hojas de los pequeños arbustos del jardín, y por un momento, los cantos de los pájaros cesaron. Ismael miró con cautela a su alrededor mientras se mordisqueaba las uñas.
—Chhhs... Habla más bajo... Ahora no puedo contártelo—. Amanda le miró dubitativa. Ismael señaló con un rápido movimiento de cabeza hacia uno de los arbustos. Amanda entrecerró los ojos: Le pareció ver dos rubíes que les escrutaban desde su escondite. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—A media noche iré a tu cuarto y te contaré todo—.Prosiguió Ismael—. Tenemos que acabar de una vez por todas con ella.
—¿De una vez por todas?— Preguntó Amanda. Ismael sonrió irónicamente.
—De una vez por todas. Porque nunca puedes librarte de ella. Siempre vuelve.
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LA MUÑECA DE LOS OJOS ESCARLATA ©
HororÉl era callado, y nunca llamaba la atención. Los primeros días parecía sumido en el profundo letargo que le provocó la muerte de sus padres y de su hermana pequeña. Pero era su primo a fin de cuentas, y Amanda no sabía apenas nada de él. Sólo que se...