La calles de New York estaban repletas, los carros iban y venían en diferentes direcciones, y en cada esquina se encontraba un semáforo. El cielo estaba oscuro a pesar de ser no más de las nueve de la mañana, las personas chocaban sus brazos entre sí intentando abrirse campo por las aceras apretadas, no se detenían ni siquiera a disculparse, seguían su camino sin que les importara nada, así eran las cosas en la ciudad.
Caminé las pocas calles que me quedaban para llegar a mi destino, La empresa Boucheld había sido desde hace algunos cuantos años, la mejor en exportaciones, y ese era mi próximo destino. Tenía que sobrevivir todo un año a ese lugar, y no es que el trabajo fuera malo, o la paga fuera poca, pero se hablaba mucho de ese lugar, sobretodo del señor Damián Boucheld, el dueño y fundador de la empresa. No había tenido el gusto- o la desgracia- de conocerlo, pero según las malas lenguas, el señor era un monstruo. Como buena procedente de un pueblo apenas comunicado, no sabía realmente a que era a lo que me atenía. Ni siquiera conocía su aspecto, pero por lo que hablaban de él, me sonaba como un viejo cascarrabias.
Me detuve frente al enorme edificio y repasé firmemente lo que tenía que hacer y decir, no quería regarla como de costumbre. Abrí la enorme puerta y rápidamente maldije por haber optado por unos leggins de estampas y una blusa suelta. Cada mujer estaba vestida con perfectos trajes de oficina, ya fueran falda y saco, o pantalón y saco, lucían tan impecables y perfectas que sentía la necesidad de encogerme, hacerme bolita y desaparecer.
-Hola- dije a la recepcionista maldiciendo por el mostrador tan alto, mi 1.56 de estatura no ayudaba en nada- Estoy aquí para ver al señor Boucheld- dije mientras ella me miraba de pies a cabeza y alzaba una ceja
-¿Cuál es su nombre?- preguntó volviendo su vista al computador
-Sammy… eh, Samantha, Samantha Tellen- respondí nerviosa
-Puede pasar- dijo dándome un gafete con mi nombre- último piso, en la oficina más grande, al fondo, que tenga buen día- dijo con voz cargada de burla
-Gracias- respondí apresurándome al elevador.
Aplasté el botón fuertemente y las puertas se abrieron frente a mí, al parecer estaba solo, di un paso y entré en él, moviéndome para presionar el último botón que indicaba al piso que me dirigía. Me recargué en la pared y cerré los ojos esperando que el ascensor se cerrara y comenzara a subir. Escuché como éstas se cerraban pero a la vez algo las golpeaba. Un hombre joven y muy atractivo entraba al ascensor con cara de pocos amigos, su traje se veía impecable al igual que él. Se situó junto a mí y murmuró algo en voz baja mientras yo intentaba ignorar su presencia. Nunca había visto a alguien tan atractivo jamás, y no es como que hubiera visto a muchos hombres durante mis veintidós años.
Cuando el elevador por fin se detuvo, dejé que el pasara primero y lo seguí, caminé hacia el baño y eché un poco de agua a mi rostro para refrescarme y me observé en el espejo. No era una chica hermosa, era simplemente… normal. Con un rostro común, ojos comunes y aspecto sureño, era de esas chicas que físicamente te encuentras en cualquier lugar, yo no tenía nada en especial como todas aquellas chicas de la recepción, y mucho menos las chicas de las revistas. Era como un grano de arroz entre los espárragos, mi estatura lo hacía todo más difícil, y lo mismo con mi cabello, esos rizos oscuros que enmarcaban mi rostro y que tanto me costaban arreglar hacían que me sintiera peor, toda mi vida fui una chica común, era de las menos lindas de la secundaria, el grupo de animadoras eran las más hermosas pero ellos terminaron siendo madres solteras y en cambió yo terminé con un título y trabajando en una de las empresas más importantes de New York, ¿Quién es la mejor ahora? ¿Eh?
Salí de ahí y me encaminé de nuevo al pasillo en busca de la oficina, parecía estar todo solo y hasta un poco oscuro, pero decidí seguir hasta llegar a la última puerta del piso. Toqué la puerta varias veces hasta que escuché que decían “entre” abrí la puerta fijando mi vista al piso para no tropezar o tirar algo.
Me giré lentamente para encontrarme con el mismo hombre atractivo del elevador, tuve que hacer un gran esfuerzo para no hiperventilar ahí mismo.
-Tome asiento- ordenó serio, e hice lo que me pidió- ha llegado diez minutos tarde- reprochó girando su silla
-Lo siento- contesté nerviosa mientras apretaba mis manos en mi regazo- tuve que pasar al lavabo- dijo excusándome
-No me interesan sus excusas- dijo en tono enojado- me gusta que mi gente sea eficiente y llegue a sus hora- gruñó- ¿y qué es lo que lleva puesto?- casi gritó- si va a trabajar aquí debe vestirse adecuadamente
-Sí señor, como usted ordene- contesté reprimiendo las ganas de llorar y de mandarlo al carajo de una buena vez
-Exactamente- intervino- como yo ordene- Gruñó moviendo algunos papeles. Tenía ganas de golpearlo por bastardo y egoísta, mi familia me había advertido de gente como ésta, pero nunca creí. “La gente suele ser cruel, y sobre todo con jovencitas como tú, que solo le ven el lado bueno a las cosas” había dicho mi tía, y vaya que había tenido razón.- Puede retirarse- dijo haciendo ademanes para que me fuera- mañana la quiero aquí a las nueve en punto, ni un segundo más- dijo dándose vuelta
-Si señor- contesté sumisa
Abrí la puerta sosteniéndola fuertemente entre mis manos, el color desapareció de ellas por el esfuerzo, y una vez cerrada la puerta, me recargué en ella y solté un suspiro frustrado. Demonios, odiaba esto.
Salí por el pasillo tambaleándome ligeramente, me detuve en el horrible mostrador de hierro y devolví el gafete, anunciando que al día siguiente volvería ya que estaba contratada, la mujer de mal carácter llamada Analise, o por lo menos eso decía su gafete, me lo arrebató de las manos y prácticamente me corrió de ahí. Vaya modales que tienen los neoyorquinos.
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-¿Cómo te fue?- preguntó mi compañera de cuarto una vez que entré al departamento
-Oh Dalia- suspiré mientras me dejaba caer en el sofá junto a ella- mi jefe es un gruñón- respondí quitándome los zapatos y sobando mis piernas
-Pero es sexy ¿no?- preguntó la castaña mirándome a la cara ansiosamente
-Si- contesté- es atractivo
-Dicen que es soltero- rió mientras se recostaba en el sofá junto a mí
-Sinceramente me importa un reverendo pepino- gruñí mientras apretaba mis manos
-Vamos Sammy, ¿Que tan gruñón puede ser?- preguntó riendo y sin creerme ni una palabra
-Me regañó por llegar unos minutos tardes y desaprobó mi ropa- fruncí el ceño. Nadie había renegado de mi look nunca, y mucho menos un hombre
-Oh- murmuró abriendo la boca y los ojos
-¿Ves?- pregunté- es muy malo
-Creo que había un libro como tu vida- dijo prendiendo la laptop- la buscaré
-¿Y de qué trata?- pregunté mientras me acercaba a ella y me asomaba a la pantalla
-De una chica que se lía con su jefe, se enamoran y terminan casados y con hijos- contestó sonriendo y apretando las teclas
-Oh mierda- murmuré- espero que nunca me pase eso- dije haciendo cruces con mis dedos y golpeándola en la cabeza
-Sería tierno- rió mientras intentaba buscar el dichoso libro
-En todo caso- dije- existen miles de libros con esa temática, no busques uno en especial
-¿Qué?- preguntó- ¿Tú…la chica virgen de donde sea que vengas… lee pornografía?- preguntó fingiendo asombro
-No es pornografía- contraataqué- es literatura
-Literatura erótica, o pornográfica, como lo quieras ver- contestó encogiéndose de hombros
-Lo que sea- murmuré dándome por vencida
-Si te lías con tu jefe… ¿me contarás los detalles?- preguntó haciendo pucheros, que definitivamente no le iban bien
-No Dalia, no pienso liarme con el jefe y mucho menos contarte- respondí cansada
-Egoísta- gruñó mientras continuaba buscando algo en su ordenador
Caminé hacia la cafetería y prendí la cafetera, lavé los trastos sucios que había dejado Dalia mientras el café se preparaba y me subí a la encimera a tomarme el café. Después de prepararlo, me quedé ahí durante algunos minutos, reflexionando sobre lo que me pondría mañana para trabajar, era algo difícil, ya que los trajes no eran lo mío realmente.
-¡Sammy!- escuché que gritaba Dalia desde la sala, y corrí hacia ella
-¿Qué sucede?- pregunté asustada
-Es tu jefe- dijo apuntando la maldita computadora
-¿Me interrumpiste solo para enseñarme una foto de mi jefe?- pregunté ennoada
-No es solo eso- murmuró- verás, según este artículo, su esposa murió- dijo Dalia
-¿Esposa?- pregunté- ¿no es muy joven como para ya haberse casado?
-Aquí no dice su edad- murmuró
-Debe tener como veinticinco años- contesté
-Dicen que desde que Clarisse falleció él ya no es el mismo
-¿Clarisse?- pregunté confundida
-Su esposa- contestó mientras seguía leyendo.
Así que una esposa, nunca lo hubiera imaginado de él, con el geniecito que se carga, uno puede pensar que está así por frustración sexual, aunque con lo guapo que es, dudo que alguien se negara a enrollarse con él, esto concuerda más con su carácter, la muerte es horrible, sobre todo cuando fallece algún familiar o un ser querido.
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Christmases when you were mine.
RomanceSinopsis. Damián Boucheld es un joven empresario, a sus apenas 25 años ha logrado llegar a la cima construyendo su propio imperio. Su esposa murió cuando ambos tenían 21, y desde entonces él ha sido el hombre de hierro a quien todos temen, nunca sal...