Bracken me observa desafiante. Siento como si pudiera ver lo que hay dentro de mi mente, y eso no me gusta en absoluto. Miro a mi padre, que parece relajado. Pero yo le conozco demasiado bien; está nervioso. Lo sé por la manera en la que gira el reloj de su muñeca una y otra vez. Yo también solía hacerlo.
— Alcalde. — respondo.
—Es un placer volver a verte, Elisabeth. — afirma éste.
Hay un silencio que me resulta eterno.
— Creo, que...— empieza a decir mi padre— Será mejor que traiga algo de beber. Estoy sediento.
Mi padre se marcha a la cocina dejándome a solas con Bracken. Genial. Esto sí que va a ser divertido.
— ¿Qué le trae por aquí? — le pregunto. No solo para ser educada, sino porque verdaderamente me interesan sus intenciones.
—Nada en especial. Solo quería charlar con tu padre. Ya sabes, cosas del trabajo. Estamos bastante ocupados con la fiesta.
— Algo he oído. —respondo— ¿Qué tiene esa fiesta de especial?— pregunto intentado no darle demasiada importancia al asunto.
— No esperaba que lo entendieses. Al fin y al cabo, eres nueva aquí. La fiesta de la primavera, o al menos es así como nos gusta llamarla, es una tradición aquí. Cada 4 años todos los habitantes del pueblo nos reunimos durante una noche única en la que se celebra un baile, aunque ese no es el objetivo de la fiesta. Antes de la gala se celebra una ceremonia en la cual los habitantes votan a su favorito para ser el próximo alcalde o alcaldesa del pueblo, con el objetivo de hacer prosperar al pueblo. Como ya habrás podido adivinar, me presento a las elecciones. Espero contar con tu apoyo Elisabeth.
Asiento con la cabeza. Algo en su tono de voz me resulta... familiar, aunque me observa con una curiosidad que no había visto antes. Es como si me viera como un juguete. Algo con lo que pudiera jugar por diversión. Sigo pensando que me mira como si buscara algo de mí, como si deseara..., como si tuviera... "Sed de venganza "pienso.
Mi padre vuelve de la cocina con una pequeña bandeja con té y unas cuantas pastas. A decir verdad, nunca me ha gustado el té ni a mi padre tampoco. Ni siquiera sé por qué tenemos tantos tipos de té: rojo, verde, chai, negro... y muchos otros más que ni siquiera puedo nombrar. Cuando era pequeña y me dolía la tripa mi madre siempre me preparaba un té. Decía que los remedios naturales eran los más efectivos, y a decir verdad funcionaban bastante bien, excepto por el horrible sabor que se te quedaba durante horas en la boca. Una de las pocas cosas que recuerdo de mi madre es que era una gran amante del té; su favorito era el negro.
Media hora más tarde, la conversación se ha convertido más bien en un monólogo en el que Bracken nos habla a mi padre y a mí de sus grandes esperanzas para el futuro del pueblo. Mi padre asiente y hace algún que otro comentario, pero en cuanto a mí... no digo absolutamente nada. Mi mente está demasiado ocupada pensando en otras cosas.
— Creo que debería marcharme — dice Bracken, y yo doy gracias a que por fin lo haga. —El lunes pasaré por comisaría Clive. — añade refiriéndose a mi padre— Espero que hayáis avanzado con los preparativos de la fiesta. No olvides ponerme al día si hay alguna novedad en cuanto al caso.
— ¿El caso? — interrumpo bruscamente.
— Elisabeth...— empieza a decir mi padre con una mirada que significa "Es mejor que no preguntes".
— Da igual Clive — dice Bracken— Verás Elisabeth, el caso que tu padre y su equipo están investigando es el de los Harrison. Supongo que ya te habrás enterado de lo del incendio.
Se me había olvidado por completo. En este preciso instante, la cara de la Señora Harrison se me pasa por la mente. No es una cara especialmente angustiada, sino que destaca por la fatiga y la falta de sueño. Recuerdo lo que Levity me contó sobre su hijo, Bal. Decido que no es el mejor momento para sacar el tema, especialmente con Bracken delante.
—Estamos haciéndolo lo mejor que podemos. —interrumpe mi padre antes de que pueda responder.
—Nadie lo duda Clive. — finaliza Bracken dándole una suave palmada a mi padre en la espalda. — Estaremos en contacto. Ahora tengo que irme. Un placer Elisabeth. — dice mirándome mientras mi padre le abre la puerta y se marcha.
Cuando por fin se ha ido, mi padre me dice mientras me da un abrazo y me besa la frente:
—¿Qué tal te lo has pasado hoy? ¿Has hecho algún amigo?
Decido suprimir cierta información. No quiero preocupar a mi padre; ya tiene suficiente. No le quiero contar lo de mamá porque todavía no sé si es verdad. "Mamá". No recuerdo la última vez que pronuncié esa palabra.
— Bien pero bastante cansada.— le respondo— Y sí, he conocido a un chico muy agradable.
Recuerdo lo que me dijo Caleb:" No le cuentes a tu padre nada de esto", pero no creo que a mi padre le importe en absoluto. Él siempre quiere que haga amigos, y ahora que por fin los he hecho, no veo por qué le molestaría.
— ¿Y es guapo? — me pregunta levantando la ceja derecha.
—¡Papá! — le grito con una sonrisa mientras le despeino el pelo.
Es por cosas así que quiero a mi padre. Incluso en los momentos más difíciles consigue sacarme una sonrisa. Recuerdo una vez que tenía diez años y me caí de la bicicleta. No podía parar de llorar. Al verme, mi padre cogió y encadenó la bicicleta a una farola. Le decía cosas como: "Discúlpate ahora mismo a Lis", "No volverás a entrar al garaje hasta que seas una chica buena" o "No me esperaba esto de ti; y pensar que te iba a llevar al taller..." Estuve riéndome horas y horas con mi padre, mientras éste castigaba y le reñía a la bici una y otra vez.
Cuando estoy a punto de subir a mi cuarto, mi padre me dice:
— ¡Ah, Lis! Se me había olvidado. Esto es para ti. Ha llegado a la mañana. — añade mientras me entrega un sobre blanco.
— Gracias, papá. —respondo intentando adivinar de quién podría ser. Solo Sara ha podido escribirme, aunque pensándolo mejor, ella nunca me enviaría una carta.
Cojo la carta y subo a mi habitación. Cuando por fin estoy sentada en mi cama examino el sobre. Tiene los extremos bastante dañados pero el papel parece reciente. Al girar el sobre me doy cuenta de que mi nombre está escrito en él, con una caligrafía inconfundible a pesar de los años que han pasado. Mi madre lo ha escrito.
Abro delicadamente el sobre, intentando no romperlo. En su interior hay un papel blanco con unas palabras. Esta vez la caligrafía es más descuidada; parece que lo ha escrito un hombre. Me doy cuenta de que no son unas simples palabras las que están escritas, sino una especie de acertijo:
Todos pasan por mí
y yo no paso por nadie,
todos preguntan por mí
y yo no pregunto por nadie.Tienes hasta el próximo amanecer, o tu madre morirá.
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Donde nacen las estrellas
Teen FictionElisabeth es una adolescente que se ve obligada a mudarse a un remoto pueblo para asistir al funeral de su madre, a la cual vagamente recuerda. Cuando llega al pueblo una serie de extraños acontecimientos harán que se plantee todo lo que conoce. All...