Capítulo 10

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Dicen que la lluvia cae porque la nube ya no puede soportar el peso, y que las lágrimas caen porque el corazón ya no puede soportar el dolor.

No sé hasta qué punto eso era cierto para mi. Ni siquiera sé cuándo empecé a llorar. Tenía tantas lágrimas que derramar que no fui consciente de ello hasta que comencé a llorar. Por ser demasiado dura con mi padre. Por no haber podido ayudar Teo. Y ahora, por mi madre también.

No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a mi madre. Pensaba que si convencía a mi padre de que no nos quería, todo sería más fácil. El hecho de que esté viva lo cambia todo. Me cambia a mí. Tantos años perdidos. Tantos sueños abandonados. Tantas promesas rotas. Y en un único segundo todos esos años, sueños y promesas se han convertido en un peso inesperado. Un peso que ya no puedo soportar.

Al cabo de unos minutos Caleb detiene la moto en un rellano. Estamos a las afueras de la ciudad, en un lugar que apenas puedo reconocer. Me ayuda a bajarme del vehículo ya que es demasiado alto para mí. Al hacerlo se da cuenta de que he estado llorando.

Si un chico de mi anterior escuela me hubiera visto, seguramente hubiera puesto una mueca de asco y hubiera seguido andando intentando ignorarme. Pero para mi sorpresa Caleb no ha hecho nada de eso. Al contrario, me mira con ojos compasivos.

No dice nada. Simplemente se limita a extender los brazos, ofreciéndome un abrazo. Por su expresión diría que es uno de los abrazos más sinceros y puros que he visto.

No me lo pienso demasiado y me lanzo a sus brazos. Su sorprendentemente tacto cálido resulta reconfortante, haciendo que la separación sea aún más difícil.

—¿Por qué haces ésto?—le digo.

—Porque sé lo que se siente, Lis. Yo también he estado en tu lugar.

Tengo muchas preguntas, pero las reprimo. No es el momento. Me parece ver un destello en sus ojos, como un recuerdo doloroso, lo que me deja un sabor amargo.

Una gota se desliza lentamente por su frente. Y luego otra. Y otra. Miro al cielo y confirmo mis sospechas. Está lloviendo.

— Ven. — me dice señalando un viejo puente— Será mejor que nos resguardemos.

Corremos hacia el puente y nos refugiamos bajo él. Hace mucho frío y mi sudadera apenas me abriga. Caleb parece verme tiritar y observo que él no está mucho mejor. Casi como un acto reflejo, ambos nos acercamos hasta que estamos a unos pocos centímetros de distancia. Allí, acurrucados en el frío, encuentro una paz que hacía años que no sentía. Una paz que sólo recuerdo haber sentido una vez con alguien. Con Teo.

—¿Quien es Teo? — pregunta Caleb.

—¿Qué? — respondo atónita— Cómo sabes lo...? — comienzo a decir, pero él me corta.

— Repetías su nombre una y otra vez. Estaba preocupado.

— Ah...—respondo. Parece algo que yo haría.— Teo es...emm...era...

—No tienes por qué contármelo si no quieres.

— Sí. Quiero hacerlo. Acabarás enterándote tarde o temprano. En fin...

Me aclaro la garganta y comienzo a contarle la historia. La historia de cómo, hace años, perdí un pedacito de mi corazón:

—Cuando tenía cuatro años me encantaba ir a jugar al parque. Todas las tardes les pedía a mis padres que me llevaran ahí. Había un viejo columpio rojo que siempre me había llamado la atención, pero yo era demasiado débil para columpiarme a mí misma y no me atrevía a subirme por miedo a caerme. Cuando Teo se enteró, me dijo que él me empujaría y que algún día yo podría columpiarme sola. Y así fue. Cada día llegaba con más ganas al parque, deseando subir al oxidado columpio rojo. Teo no sólo me ayudó a subirme a un columpio. Durante años se convirtió en un pilar fundamental de mi vida. Él nunca me permitía rendirme y siempre me enseñaba a dar lo mejor de mí misma. Teo era mi hermano.

Caleb permanece callado durante unos instantes, hasta que por fin dice:

—¿Era? Eso significa que...

—Sí—digo tragando saliva—Murió. Yo apenas tenía seis años. Ocurrió cuando mi madre nos dejó.

—¿Por qué murió? — pregunta.

—La policía dijo que fue por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Unos ladrones entraron en casa mientras Teo estaba allí. Él no debería haber estado en casa, sino que debería haber ido a buscarme al colegio, pero mi madre le dijo que se quedara en casa, pues ella iba a ir a buscarme - lo cual fue bastante inusual, ya que Teo era el único que venía a recogerme. Cuando descubrí que Teo no había venido a recogerme supe que algo iba mal, aunque mi madre nunca me dijo nada al respecto. Desde que había entrado al colegio Teo había venido a buscarme todos y cada uno de los días. Antes de volver a casa íbamos al parque para que yo pudiera ir al columpio rojo. Ese día, guiada por mi instinto, cuando mi madre vino a buscarme salí corriendo al no ver a Teo. Corrí hacia el único lugar donde sabía que Teo vendría a buscarme. Mi madre estuvo dos horas buscándome hasta que me encontró. Estaba en el columpio rojo, esperando a Teo. Mi instinto me decía que él estaría esperando ahí, pero se equivocó...
Él era unos cuantos años mayor que yo, aunque apenas era un niño. Si no me hubiera escondido habríamos llegado antes a casa. Tal vez yo pudiera haber hecho algo...

— Lis, para. Tú no sabías nada. No podías haber hecho nada. No puedes culparte. No es justo.

Permanecemos unos momentos en silencio.

—¿Qué hay de tu madre? ¿Por qué os dejó?
— Nunca obtuve realmente la respuesta. Días después de lo de Teo, simplemente se desvaneció. Nos dejó a mi padre y a mí una carta y se marchó. Nunca más volvimos a saber nada de ella hasta ahora...

Caleb no me mira, sino que tiene la vista fija en el horizonte. Con la mano que rodea mi hombro, me acaricia el pelo delicadamente. Miro sus ojos que parecen perdidos. Él está aquí, pero su mente está en un lugar muy lejano. Un lugar al que no puedo acceder.

—¿Qué hay de ti?— digo rompiendo el silencio— ¿Tus padres también son Tigres?
—No.— dice con la voz áspera— Pero siguen vivos, si es eso lo que preguntas. Aunque yo para ellos estoy muerto.
—¿Que quieres decir con eso? — pregunto.
— ‎Ellos me echaron. Me dijeron que no me querían volver a ver y que me marchara lo más lejos posible. Fue entonces cuando encontré a Tori. O más bien cuando ella me encontró a mí.

Permanezco en silencio, al igual que él. No nos movemos de ahí hasta que cesa la lluvia. Cuando por fin deja de llover decidimos volver. El trayecto se me hace corto y hasta que Caleb no baja de la moto no me doy cuenta de que hemos llegado a mi casa.

— Está es su parada, señorita.— me dice con una sonrisa— Espero volver a verla.

— Muchas gracias Cal. — le agradezco.
— ‎¿Cal? Nunca nadie me había llamado así.
—Como somos amigos pensé que necesitabas un apodo.
— ‎Es perfecto. Nos vemos, Lis.

Me quedo un minuto sentada en el porche. No me acuerdo de la última vez que le conté a alguien lo de Teo. Tampoco me arrepiento de habérselo contado a Cal; de hecho me siento liberada por haberlo hecho. Siento como si Caleb me comprendiera, algo que muchos han intentado antes sin éxito. Nunca antes había confiado tanto en alguien- excepto en Sara, claro.

Al entrar en casa dejo las llaves en el mueble de la entrada y me hago un moño para estar más cómoda.

—¿Lissy, eres tú?—pregunta alguien desde el salón.

— Sí— digo mientras entro en la sala—Hola pá...

Pero no consigo terminar la frase. Hay alguien más ahí, sentado con mi padre en el sofá. Me observa con ojos satisfechos.

— Hola Elisabeth— dice.

Es Bracken.

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