Parte dos.

1K 145 39
                                    

Derek despertó tres horas después de la cirugía. Atontado por la anestesia y cegado por las luces blancas de la habitación, el azabache se sentó en la cama, gruñendo al sentir una gruesa aguja atravesándole la vena en su mano derecha. Miró a su alrededor, notando que había un televisor, un sofá, y un par de sillas alrededor de la cama.

Esto es un hospital, pensó, achicando los ojos y haciendo memoria para recordar cómo había llegado allí.

Y entonces lo recordó.

– Mierda, tengo que volver por Stiles – susurró para sí mismo, levantándose de la cama y gruñendo adolorido al sentir una presión en su pierna –. Carajo, no...– balbuceó frustrado al no poder apoyar su pierna como normalmente lo hacía.

– Tendrás renquera de por vida – mencionó una voz femenina a sus espaldas, a lo que Derek miró en su dirección, notando a su madre sentada en una de las sillas.

– ¿Cómo dices? – murmuró Derek, achicando los ojos.

– La bala rompió unos cuántos nervios en tu pierna, nervios que te ayudaban a caminar perfectamente – suspiró –. Debido al tiempo que tardaste en atender tu herida, y por los esfuerzos que realizaste durante ésta, los nervios se dañaron a tal grado de no poder regenerarse.

– ¿No podré caminar? – dijo él, impactado por la noticia.

– Sí podrás, pero tendrás renquera – ella se encogió de hombros –. Y más te vale acostarte y reposar si no quieres que esa renquera se vuelva peor.

Derek asintió, aún sintiéndose confundido por lo que pasaba pero aceptando la petición de su madre al sentarse sobre la cama, mirándose las manos.

– ¿Cuánto tiempo llevo...aquí? – cuestionó el, no pudiendo sacarse de la cabeza la idea de que Stiles había sido atrapado.

– Seis horas, creo – respondió ella, mirando la espalda del menor y suspirando –. He pensado en lo que dijiste...eso de...de ser tu madre.

– Lo eres – reafirmó Derek, mirándola por encima de su hombro.

– Sí, lo soy – admitió Thalia, asintiendo mientras sacaba una cartera de su bolsillo y la ponía entre sus manos –. Lo afirmé cuando te vi durmiendo – dijo, sacando una pequeña foto de la cartera y extendiendo su brazo para que Derek la mirara.

La foto parecía ser vieja, pues estaba arrugada y desgastada. En ella se veía a un niño, quizá con dos años de edad, el cual estaba tumbado sobre el suelo, durmiendo plácidamente pero sin quitar un gesto de enojo de su rostro.

– Minutos antes de tomar esa foto, yo te hice enojar diciéndote que no te dejaría comer chocolate si no comías la sopa primero – explicó Thalia, a lo que Derek rió –. Y mira, te quedaste dormido con ese gesto de enojo, fue bastante cómico.

– ¿Y después te diste cuenta de que siempre duermo con ese gesto? – adivinó Derek, y ella asintió, riéndose.

– Y ahora lo reafirmé – agregó –. ¿Cómo es posible que te haya encontrado después de tanto tiempo, Derek?

– ¿Me estuviste buscando...? – preguntó en un murmuro.

– De hecho, iba a volver a casa...pero mientras conducía escuché disparos y mi sentido de alerta se activó. Así que...decidí ayudarte, porque supuse que eras un ladrón, o algo parecido. Y ladrón que ayuda a ladrón se salva de cien años de prisión.

– ¿Quieres decir que...encontrarme fue una coincidencia? – ella asintió como respuesta –. Vaya...– Derek alzó las cejas –. Gracias...mamá...¿Ladrón? Yo no soy un ladrón – alegó al analizar las palabras de su madre.

T.S.O.T.S.G 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora