Parte ocho.

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A la mañana siguiente, en las oficinas policiales de Beacon Hills, Claudia hablaba cordialmente con el retratista, diciéndole cada rasgo particular que notó en aquella mujer que le había golpeado un día antes.

John se encargaba de observar los trazos que creaba el dibujante, tratando de descifrar quién era aquella misteriosa mujer que seguramente se había llevado a su hijo. Y se sentía confundido, algo familiarizado con esa cara, pero no muy seguro de estarlo al mismo tiempo.

Era extraño.

– Buscaré en los archivos del condado, quizá encontremos algo – dijo Jordan, que también se hallaba interesado en el caso.

– Llévate el dibujo, seguramente te ayudará más que tu memoria – demandó John, viendo cómo Parrish le obedecía y se retiraba de la oficina –. Estoy marcando el caso como secuestro, y espero recibir ayuda de más agentes – informó él, mirando a Claudia –. Ve a casa, y espera mis noticias.

Mientras que Jordan caminaba hacia su oficina, con el dibujo en su mano y un rastro de prisa en su rostro, el agente se vio obligado a detenerse al mismo momento en que McCall se interponía en su camino.

– ¿A dónde tan a prisa? – preguntó el mayor, quitándole el dibujo de las manos al otro –. ¿Y esto qué es? – miró los trazos del rostro dibujado, quedándose serio.

– Es nuestro trabajo, idiota – respondió Jordan, notando un extraño gesto en los ojos de McCall, los cuales seguían clavados en la mirada del dibujo –. ¿Qué? ¿La conoces?

– ¿Qué? No, para nada – respondió él, entregándole el dibujo a Parrish mientras suspiraba nervioso –. Suerte con tu extraño caso de huída disfrazado de secuestro, Parrish.

McCall siguió con su camino antes de que el agente cuestionara su comportamiento, no quería generar incógnitas todavía. Rápidamente caminó hacia su oficina, mirando discretamente hacia su alrededor para asegurarse de que nadie le estaba viendo, o siguiendo. Entró con prisa al lugar, cerrando la puerta tras él y sacando su teléfono móvil para marcarle a un número específico...

– ¿McCall? – una voz varonil respondió la llamada.

– Hay problemas aquí – dijo el agente sin más, recibiendo un profundo silencio como respuesta.

– ¿Qué tan graves? – preguntó esa misma voz luego de un par de segundos.

– Están a punto de descubrir la verdad – susurró McCall, teniendo miedo de que alguien le oyera decir aquello.

– Entonces distraelos – gruñó el otro.

– No puedo hacerlo, ellos ya tienen el caso en mesa – balbuceó nervioso –. Dime qué hacer, porque no veo ideas a la mano.

El hombre que se hallaba detrás del teléfono miró hacia su izquierda, observando a la mujer que venía conduciendo la camioneta en la que iban andando. No dijo nada, sólo le sonrió a ella, quien devolvió la sonrisa y siguió en su labor, concentrada.

– Te llamaré en unas horas – dijo el hombre, oyendo cómo McCall renegaba, pero le restó importancia y le colgó la llamada drásticamente.

– ¿Quién era? – preguntó ella mientras que el hombre alzaba el teléfono en la guantera y suspiraba.

– Nadie importante, no te preocupes – respondió, frotando sus sienes con los dedos.

– Te ves cansado, ¿En verdad esa llamada no era nadie? – señaló la mujer, alzando una ceja y bajando la velocidad de la marcha para poder concentrarse mejor en su hermano.

– Nadie, créeme – insistió él, sonriendo –. Deja de preocuparte tanto por mí, Thalia – añadió con una risilla.

– No puedo, eres mi hermano menor y preocuparme por ti es mi instinto – se excusó ella, sonriendo vagamente –. Así que, si tienes algo qué decir ante tu comportamiento, puedes contar conmigo, Peter.

T.S.O.T.S.G 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora