7. Baila Conmigo

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Una vez más despertaba

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Una vez más despertaba. ¿Por qué? No quería despertar más. La luz de la lámpara me recibía, con su característico ruido eléctrico. Por lo demás, había silencio.

Me moví a rastras hacia el rincón, ahí, junto a los trapos. Estaba conectada a la alimentación intravenosa y cubierta de vendajes ensangrentados. Tenía «necesidad» y no de orinar, precisamente. A decir verdad, eso es lo que me había despertado.

Mi cuerpo dolía tanto, o más, que la vez anterior. Sentía la piel ardiendo, como si alguien la hubiese arrancado por completo con un pelapapas. Ser mordida sobre viejas heridas había sido desquiciante. Sin embargo, estaba entendiendo algo nuevo: el dolor tenía un límite. Nada se comparaba con estar despierta durante el festín de esos caníbales, o lo que sea que fuesen.

Cuando al fin alcancé la pared, me recargué en ella y exhalé como si hubiera caminado veinte kilómetros. Observé el contenedor metálico que me ofrecían a manera de retrete, una simple bacinica. Estuve así, viéndolo por bastante tiempo, siguiendo con la mirada el vuelo de las moscas que lo visitaban de vez en cuando.

Me mordí el labio con inseguridad. Fue ahí cuando noté que el dolor de mi mandíbula rota casi se había ido. Todavía no podía abrir la boca del todo, pero parecía estarse recuperando. Volví a enfocarme en la bacinica. De verdad tendría que usarla, era eso o defecar en mis vendajes de forma consciente... y no estaba segura de poder hacerlo.

Miré a mí alrededor. No había nadie, era ahora o nunca. Con dificultad llevé mis manos a los vendajes de mis piernas, a la altura de mi cadera, y traté de retirarlos. Estaban pegados, pero cedían con facilidad si los forzaba un poco. Cerraba ojos, apretaba dientes. Logré retirar los vendajes necesarios y acerqué el recipiente. Lo coloqué por debajo. Inhalé profundo y lo dejé salir.

Escuché como caía todo en el contenedor, mientras me llevaba el dorso de mi mano a la boca para evitar el llanto. Cerraba mis ojos al hacerlo. Me sentía humillada, sobajada, un remanente de lo que algún día fui. Al terminar, vi el contenido y sentí mareo. No eran heces lo que había, era sangre.

Conteniendo el miedo de que mi cuerpo ya no funcionara como debía, rompí uno de los trapos de mi «cama» y lo usé para limpiarme. Ni siquiera tenía agua, así que todo fue en seco. Finalmente volví a vendarme, saqué la bacinica por entre los barrotes, con la esperanza de que se la llevaran sin entrar, y volví a recluirme en una esquina, abrazando mis propias rodillas.

Estuve observando a las moscas surcar el viento cercano a la lámpara, ahí, por los ductos de aire, por quién sabe cuánto tiempo, sin siquiera pensar en nada. Escuchaba un goteo incesante, proveniente de alguna parte. Y yo sólo estaba ahí, como un vegetal. ¿Estaría bien mamá? La extrañaba, quería irme a casa. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? ¿Un día, un mes, un año? Mi vida anterior parecía tan lejana ya, casi inexistente.

Al cabo de un rato, la puerta se abrió y voz grave apareció. Ya lo tenía identificado de vista, con ese aspecto de delincuente cualquiera. Mi pulso se agitaba por los nervios, pero estaba tan cansada, tan destruida, que no tenía ganas de luchar contra nada ahora mismo. Si venía a matarme, aceptaría ese destino con gusto.

Esclava de la Realidad: Legado del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora