13. Fin del Camino

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—¡Mateo! —grité, soltándome de Néstor y Selene, quienes se quedaron sin moverse, cerca de la entrada

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—¡Mateo! —grité, soltándome de Néstor y Selene, quienes se quedaron sin moverse, cerca de la entrada.

Esperé su respuesta, o alguna reacción, pero él no se movía. Sólo estaba ahí, mirando hacia la puerta.

Con una de mis piernas colgando inerte, llegué a saltos al pie de la cama. Me dejé caer frente al tobillo encadenado de mi amigo.

—¡Mateo! ¡Reacciona! —exclamé.

Escuchaba a Néstor buscando algo en la habitación de junto. Selene me miraba, sin decir nada. Me levanté, apoyándome de una de las cuatro columnas que sostenían el cortinero de la cama. Tomé a Mat por los hombros y comencé a agitarlo. Al sentir el movimiento pareció volver en sí, como si despertara de la inconsciencia.

—K... ¿Kat? —preguntó, confundido.

Me cuestionó con ánimos vencidos. ¿Sería capaz de reconocerme? Ya no era la misma, los festines me habían convertido en una aberración, en un monstruo lleno de cicatrices.

—Sí, Kat. ¡Por favor Mat, levántate, vámonos ya!

Quedaban 140 gotas para que voz aguda apareciese en su cocina. ¡Teníamos que irnos en ese preciso instante!

—Kat —habló Néstor, apareciendo por la entrada y ofreciéndome un par de llaves.

No fue difícil deducir qué cerradura abrían. Introduje una en el grillete de Mat. Abrió con éxito.

—Imposible. Tú no estás aquí. Sólo eres otra alucinación. ¡Déjame! —dijo Mat, aún sin mirarme a los ojos.

Comenzó a reír. Lo golpeé en la mejilla. Paró.

—Real —pronuncié, sin muchas ganas de hablar—. Soy real. Después hablaremos, debemos irnos.

Mat levantó la vista, confundido.

—¿Real?

Sus palabras me llegaron como otra gran pastilla de locura. No era momento para preguntar nada. Lo ayudaría a levantarse para sacarlo de aquí.

—Vamos Mat, estarás bien.

Lo sacamos de esa habitación entre los tres. ¿Qué le pasaba a Mat? Se veía desorientado, alicaído. No parecía estar muy consciente de lo que ocurría a su alrededor.

Salimos por la sala forrada de alfombras color vino, evitando el cadáver del guardia. Afuera, en el pasillo largo que llevaba de vuelta a las celdas, estaba el segundo cuerpo, despachado por Néstor y Selene, con dos picahielos clavados, uno en cada ojo. Nadie dijo nada, lo bordeamos en silencio. No era necesario hablar, los tres sabíamos que se hacía para sobrevivir.

Atravesamos el largo pasillo, en silencio. Néstor me ayudaba a andar y Selene iba a mi lado, tomándome de la mano. Mateo comenzó a caminar por sí solo al estar fuera; nos seguía, aunque se quedaba atrás, rezagado.

Esclava de la Realidad: Legado del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora