6. Imagina

799 149 55
                                    


Una vez más abría mis ojos con temor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una vez más abría mis ojos con temor. Un repentino dolor me invadía. Estaba desorientada, pero el verde pastel de las paredes me reubicó al instante. Seguía aquí, en esta celda, en esta pesadilla de la cual parecía no haber despertado. Ser devorada poco a poco, ¿había sido mi imaginación?

Levanté mis manos y me encontré cubierta de vendajes ensangrentados, por todo mi cuerpo. Mis manos temblaban de debilidad, apenas podía levantarlas. Estaba tendida en el suelo, sobre esos trapos que —ahora sabía— cumplían la función de mi cama. Tenía conectada alimentación intravenosa. Me sentía débil, apenas con vida.

La desesperación me invadió y comencé a derramar lágrimas. Un sonido lastimero salió de mí. No podría decir que fue llanto, pues mi voz sonó como un violín desafinado. Aunque esta vez pude abrir la boca sin tanto dolor. ¿O sería que el dolor de todo mi cuerpo opacaba el de mi fractura maxilar?

Intenté levantarme. Me arrastré con torpeza hasta encontrar la pared. Me recargué en ella para poder sentarme. Observé el sitio en el que estaba hace un momento, había una mancha de sangre seca y desechos humanos líquidos. Olía mal. Observé mis vendajes inferiores y me di cuenta de que estaban manchados de heces fecales. Me preguntaba cuánto tiempo habría pasado en ese estado.

No quería moverme. El roce de cada parte de mi cuerpo con cualquier cosa, incluso el movimiento de los vendajes me producía dolor. Fijé mi vista en el horizonte, sin observar nada en especial, y me quedé así. Escuchaba el sonido que producía la electricidad de la lámpara, los pasos de la gente de afuera y sollozos lejanos. No era la única en este sitio. ¿Qué había hecho para merecer esto? No quería estar aquí, quería irme a casa.

Un sonido fuerte me causó un sobresalto. La puerta se había abierto y un hombre de aspecto atemorizante entraba con toda normalidad, como quien llega a visitar a su mascota. Sin darme cuenta comencé a temblar de miedo. Ni siquiera intenté levantar la mirada, no quería ver, como si «no verlo» me protegiese, igual que las sábanas en una noche con miedo.

Escuché sus pisadas, lentas, acercándose a mi celda. Se detuvo frente a la puerta. De pronto, un fuerte sonido desquiciante me hizo saltar. No pude evitarlo, un sollozo escapó de mí, pero no supe si fue por el susto que me causó el ruido o por el dolor de intentar levantar mis brazos para cubrirme los oídos.

Seguí mirando al suelo, temblando de miedo. El sujeto había golpeado, con algún objeto metálico, los barrotes de mi celda. Comenzó a reír.

—Así que al fin despertaste —preguntó con una voz sádica. Lo identifiqué al instante, era voz grave.

No respondí, ni siquiera lo pensé. No podía articular palabra y no tenía interés en comunicarme. Sólo quería irme, que todo acabara.

—Me alegro —dijo, como si hubiese recibido respuesta—. Comenzaba a preocuparme, ¿sabes? Estuviste ahí, tirada, por dos días enteros.

Esclava de la Realidad: Legado del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora