16. Legado del Alma

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Versión re-acondicionada: enero 2020

Versión re-acondicionada: enero 2020

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«¡No! ¡¿Por qué lo hiciste?!». Fue lo primero que pensé al recuperar la consciencia, pero ya no había nadie a mi alrededor.

Sentía que flotaba, estaba oscuro.

—De prisa, ¡se pasará el tiempo!

Escuchaba voces. Veía una luz lejana.

—¡Cuidado con el fuego! ¡La vas a quemar!

No había calor, ni frío, tampoco dolor.

—A un lado, lo haré yo.

Traté de mover mis manos, pero me di cuenta de que no tenía. Ni siquiera tenía cuerpo.

—¿Lo ves? Así tienes que hacerlo. Ahora continúa. Revisaré el estado de la otra, la dejaron muy mal cortada.

No pude abrir mis ojos, porque no tenía parpados. Sin embargo, la oscuridad comenzó a atenuarse y la luz se hizo a mi alrededor.

—¿Quién realizó estos cortes? Seguro que no un profesional.

No era como «ver» sino sentir, percibir la existencia a partir de color.

—Igual habrá que servir. Se tiene que acabar hoy, al señor Velasco no le gusta que se desperdicie nada. Dice que es carne costosa de primer mundo.

Era una cocina llena de personas trabajando en ella. Todos vestían de blanco y estaban muy ocupados preparando platillos de carne asada.

—Pues debería conseguir mejores carniceros en ese caso. Será una vergüenza servir estos filetes tan gruesos.

—Dedícate a tu trabajo.

El chef dirigía y los cocineros obedecían. Entraban y salían de la cocina, llevando platos a los meseros. Estaba ahí, pero nadie notaba mi presencia. Quizás se debía a que, sí, ya recordaba... estaba muerta.

La curiosidad de saber qué había más allá me invadió. Pensé en moverme y comencé a avanzar, sin saber muy bien cómo. Había una pared en el medio, creí que me estrellaría con ella, pero no sucedió, la atravesé.

Me encontré en un restaurante. Detrás de mí estaba la pared que había cruzado como si fuese agua, con un logotipo de un cocodrilo sonriente. Los meseros llevaban los platillos a la mesa del cliente. Personas normales pidiendo arrachera con papas y ensalada. Un lugar común y corriente.

Me sentía desorientada, pero tranquila. Nadie podía verme, o tocarme. No tenía cuerpo, y mis sentidos no correspondían a lo que yo conocía. No había temor, sólo curiosidad. ¿Así era la muerte? No podía creer que estuviera experimentándola.

No sabía si me sentía aliviada, traicionada o decepcionada. Había logrado salir de ese infierno a costa de mi vida. ¿Cómo es que seguía pensando? Nunca fui muy creyente, pero, ¿no se suponía que tendría que ir al cielo o al infierno?

Esclava de la Realidad: Legado del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora