«La carne se está haciendo dura, Cocinero. El sabor es bueno, pero pronto dejará de servir esta presa, necesitarás otra».
Las palabras del comensal resonaban en mi cabeza después del último festín. Mi cuerpo estaba destruido otra vez. No sé qué ocurrió hace tres días, cuando la puerta de mi celda se abrió y me recuperé al instante, pero parece que no volvería a suceder. Si no podía contar con una recuperación rápida después de los festines, tendría que fortalecer mi cuerpo tanto como pudiese durante los primeros dos días para que, al tercero, cuando llegara el momento, tuviera la fuerza para actuar.
Estaba midiendo todo, calculando tiempos. Y a excepción de hechos puntuales, inusuales, el movimiento en el comedor era una rutina. La puerta de mi habitación verde se abría de forma constante, con voz grave haciendo su recorrido normal. Un día completo era igual a 77 377 gotas. El carcelero tardaba entre 3227 y 3340 gotas en cada uno de los 6 intervalos de sus recorridos diarios. Tuve que quedarme despierta por 24 horas enteras, contando el goteo, luchando para no perder la cuenta. No fue difícil, considerando que no tenía nada mejor que hacer. LA única forma que tenía para saber cuándo terminaba un día e iniciaba uno nuevo, era con los festines. Cada noche llevaban a un prisionero diferente a la cocina.
Ya sabía que voz grave parecía ser un simple pandillero, el más bajo en la cadena de mando de este lugar. Era muy violento, no parecía tener vínculos familiares, puesto que no salía a ninguna otra parte, y no era muy apreciado por sus compañeros. Sobre voz aguda, El Cocinero, sabía muy poco. Todos le hablaban con respeto, pero no parecía mucho más peligroso que voz grave. Sólo era eso, un cocinero.
Esos dos parecían ser el menor de mis problemas. A veces escuchaba otras personas, un hombre y una mujer, charlando con voz grave o voz aguda. No tenían una hora específica de llegada, sino que iban y venían de forma arbitraria. Además del carcelero, nunca nadie transitaba por mi celda, pero yo sabía que dos guardias custodiaban a Mateo. Si es que salían, no lo hacían a través de un acceso que yo conociera. Para sacarlo, necesitaba saber quiénes eran, qué hacían, a qué me estaba enfrentando. Pronto peinaría el sitio para identificar todo aquello que aún no veía.
Esperé hasta el día siguiente, a que mi cuerpo se recuperara para poder moverme con mayor fluidez. Realicé mi rutina de baile, lo hacía cada día sin falta. Forzaba mi cuerpo a funcionar con todo y las heridas del festín. Tenía que acostumbrarme, pues es lo que haría de ahora en adelante.
Contaba el goteo lejano, complacida por ver a voz grave cumplir con sus horarios de ronda. Fui paciente, hasta que escuché las puertas de la cocina cerrarse por última vez, y vi al guardia dar el último recorrido de la noche. Ese era el momento, era hora de actuar.
Me dirigí al nido de trapos, en donde escondía mi rata muerta y las llaves de la celda. Retiré la aguja clavada a la vena de mi muñeca izquierda y dejé la bolsita de solución intravenosa en el suelo, con cuidado. Introduje la llave en la cerradura de mi celda y giré despacio para no hacer demasiado ruido. La puerta se abrió. Esta vez el gozo no llegó a mí como una oleada, puesto que todo este tiempo me había sentido en libertad. Desde que esas llaves estaban en mi posición, actuaba por decisión propia. Cada festín, cada día en la suciedad, cada grito o insulto de voz grave era porque yo lo aceptaba. Podía elegir mi destino y eso me hacía sentir libre, aun siendo prisionera.
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Esclava de la Realidad: Legado del Alma
Misterio / SuspensoAdvertencia: Esta obra puede llegar a tener contenido no adecuado para lectores sensibles. La vida de Katziri, una estudiante de preparatoria, da un giro cuando su mejor amigo desaparece sin dejar rastro. La delgada línea entre la razón y la locura...