8. mi corazón nunca miente | my heart never lies.

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—¿Y bien? —digo mientras me quito las gafas de sol y las dejo a un lado

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—¿Y bien? —digo mientras me quito las gafas de sol y las dejo a un lado. Desenvuelvo mi sandwich de pan de avena y lo observo. Nos hemos sentado cerca de la orilla del lago, a unos ocho metros del agua y para nuestra suerte el suelo está seco, repleto de hojas, flores y semillas de flores. La paleta de colores del paisaje es variada, verde oliva, mostaza y marrón para las árboles, naranja para las hojas secas y blanco para las flores, azul para el cielo sobre nosotros y el lago solo se encarga de reflejar todos estos colores.

Mia suspira y le da un gran mordisco a su sándwich, se toma su tiempo para masticar y luego traga.

—Las primera semana fue tranquila y luego las cosas comenzaron a salirse de control. Las vecinas le dijeron a Hamilton que fuiste a verme cuando él no estaba. Ni siquiera esperó a que llegara a casa, fue a buscarme al trabajo. Me gritó y acusó en frente de todos, no me tocó por qué los guardias lo sacaron de La Torre. El jefe tuvo una conversación conmigo y me preguntó por qué estuve faltando tanto, yo no quise contestarle a nada así que me despidió —hace una mueca y sigue comiendo. Procuro no interrumpirla, para no perder el hilo. Todo el tiempo observa al paisaje y sé que no se siente incómoda al contármelo. Los lugares así son muy convenientes para conversar, por eso la traje, te hacen sentir libre y seguro—. Así que estoy sin trabajo y me está costando conseguir uno. En fin, esa noche por suerte no recibí nada de su parte más que una mirada de odio y duras palabras. Al mes siguiente provoqué que me agrediera, le grité todo, absolutamente todo —No sé porqué, pero está sonriendo con satisfacción—. Esa noche le pedí a Sindy que cuidara de Timo en su casa. Cuando llegó a casa esa noche, le grité cuánto lo odiaba, lo asqueroso que era y que siempre he pensado que es un cerdo. También le conté de nuestro beso... con detalle —ella suelta una risa nerviosa y me da una mirada traviesa, luego observa la salsa que hay sobre su dedo y se la quita con la lengua.

Yo también estoy sonriendo y no sé por qué, se supone que debería ser un relato triste.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque fue la noche en la que por fin me deshice de él. Estaba furioso —suelta en un tono burlón— su cara de ogro era espantosa. Me dio varios golpes fuertes, creo que nunca antes me había golpeado de esa manera, pero juro que valió la pena. Antes de gritarle todo llamé a la policía, cuando llegaron él estaba desenfrenado y yo tenía suficiente sangre en la cara para que la escena se diera por supuesta. Está en la cárcel por un claro abuso doméstico y otro montón de cargos. No quise asistir a su juicio, pero no hubo mucho papeleo ya que el infeliz se declaró culpable.

Se encoge de hombros y se mete su último bocado de pan a la boca. Solo entonces allí me doy cuenta de que mi sandwich está intacto y no le he dado ni un solo mordisco por estar observándola como un pollo retrasado.

—Eso fue hace unas tres semanas, estuve en el hospital para recuperarme de los golpes más fuertes y luego comencé con la mudanza. Por eso no tuve tiempo de decirte nada y se me había olvidado de que hoy se cumplen dos meses exactos —se muerde el labio inferior y me mira apenada.

Cruzando FronterasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora