10. todo lo que quiero | all i want

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Esta vez me escapé un poco antes de que mi horario finalizara ya que quiero pasar un poco más de tiempo en casa de Mia. Llevo buenas noticias. Cuando llegué al restaurante después de mi última entrega, encontré a Wayne vuelto un lío. Me dijo que despidieron al contador por qué había facturado mal muchas cosas y bueno, otro montón de cosas técnicas que Wayne me explicó, pero que no comprendí. Así que había una vacante en la empresa para el puesto de contador. Le hablé de Mia y me dijo que la llevara mañana, es posible que la contrataran ya que necesitan a alguien que ocupe el puesto con urgencia.

Por otro lado, la conversación que escuché ayer detrás de la puerta del consultorio aún seguía retumbando en un eco dentro de las paredes de mi cráneo y así estuvo durante todo el día.

—Lo siento, Srt. Kennedy.

—¿Cuánto tiempo?

—Máximo dos meses.

Tres líneas que me habían dejado con una incógnita del tamaño de Rusia.

Estacioné la moto frente al hogar que se había vuelto mi morada desde hace ya varios días. Prefería estar aquí que en mi horrendo apartamento, no solo por el hecho de que puedo estar más cerca de Mia, sino también por qué no había limpiado el mío desde hace meses y realmente no quería tomar la iniciativa de hacerlo. Siento un alivio al ver que Mia no estaba en el umbral esperándome otra vez para que la llevara al hospital a hacerse más exámenes. No quiero volver a pisar un hospital durante un largo rato.

Camino hacia la entrada y toco la puerta antes de entrar. Me saco el abrigo y lo dejo en el perchero como de costumbre mientras anuncio mi llegada.

—¡Llegué,!

—¡Pasa, siéntate en la sala! ¡Ya salgo! —grita desde una de las habitaciones.

Me siento en el sofá y en un par de segundos después escucho unos pies acercarse apresuradamente. El pequeño hombrecito se sienta junto a mí en un salto y me saluda con euforia y energía. Frunzo el ceño al verlo aquí, normalmente estaba en la escuela a estas horas o con Sindy la niñera.

—¿Qué hay Timo? ¿Qué haces aquí?

—¡Mi mamá me dijo que no iría nunca más a la escuela!—enuncia aquella línea con ímpetu.

—¿Enserio ella te dijo eso? —alzo una ceja.

¿Qué clase de madre le dice eso a su hijo? No estoy cuestionando la maternidad de Mia, no. De seguro Mia le mintió por algún bienestar. Nunca he sido padre, aún soy joven y nunca dejé embarazada a ninguna chica durante mis días de desenfreno. Sin embargo, a medida que ido creciendo me he dado cuenta de que la mayoría de las veces que los padres le mienten a sus hijos, es por el bienestar de ellos. Hablo de verdaderos padres, no de esos que te abandonan y nunca te vuelven a ver. Y cuando los hijos les mienten a sus padres es para no meterse en problemas. Los hijos son egoístas y los padres... son padres.

—¡Sí, ella me lo dijo! —da un salto. —¿Quieres jugar?

Estoy a punto de responder afirmativamente cuando noto unos papeles en la mesa de centro. Son muy parecidos a lo que recibió Mia ayer en el hospital. Agudizo mi mirada y compruebo que son los mismos. Los resultados que le dieron a Mia y de los cuales tenía que hablar en privado con el Dr. Francis. Quizás allí estén las respuestas a mi incógnita del tamaño de Rusia.

— ¿Qué miras? —inquiere el niño, curioso.

—Nada —digo sin apartar la mirada de los papeles.

—Iré a buscar los controles para jugar.

—Sí, anda.

Cuando Timo se retira, extiendo mi mano en un ágil movimiento y tomo los papeles. Comienzo a leerlos rápidamente. La mayoría de las cosas son inentendibles para mí. Siempre he dicho que la letra de doctor es peor que un mensaje cifrado. Paseo mis ojos por encima de la letra, aparto las páginas y leo otras más. Encuentro términos médicos, símbolos, números y de vez en cuando letras. Detengo mi mirada en una frase que llama mi atención ya que está encerrada en un círculo de color negro y la letra es reconocible.

Cruzando FronterasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora