Creo que pasé de ser un idiota a un tonto, en realidad. ¿Por qué rayos terminé cocinando la cena del infeliz que agrede a la chica que me gusta? Mi única razón fue evitar más golpes, pero en algunos momentos contemplé la idea de envenenar la comida.
Mia volvió al trabajo cuando se recuperó de los golpes y empezamos a mantener nuestras charlas en el ascensor nuevamente. Los primeros días fueron más incómodos, yo intentaba avivar la llama de nuestra platica mientras ella solo la apagaba con frases cortantes. Supongo que quería mantenerme lejos del asunto, pero yo no puedo ignorar lo que ya sé. Uno de esos días le pregunté:
—¿Cuándo piensas denunciarlo?
—No lo sé —miró hacia otro lado, demostrando que no estaba cómoda con el tema—... unas semanas o quizás dos meses. No más de eso.
—Es demasiado.
—Es el suficiente. Creí que ibas a apoyarme —bufa con un obvio sarcasmo.
—¡Claro que lo hago! —suspiro—Es solo que... me cuesta pensar todo lo que puede suceder en ese tiempo.
—No tienes que hacer esto —me miró, casi como si fuera una súplica. Sé lo que hace, intenta convencerme otra vez de que me aleje.
—Quiero hacerlo.
Ayer Mia no fue a trabajar y supongo que hoy tampoco irá, así que supuse lo que había pasado. Son las 8:40 a.m. Debería estar en el trabajo, pero llamé a Wayne para decirle que me tomaría el día libre. Nunca me he tomado un día libre el tiempo que llevo trabajando para el jefe budista gordo, así que me importa un bledo las consecuencias. Toco a la puerta de su casa con tres golpes sin importarme que Hamilton esté o no adentro y si interfiere juro que le rompo la cara. Nadie sale así que vuelvo a tocar aún más fuerte, desesperado.
—¡Mia! —grito sin importarme quién este cerca. Al instante la puerta se abre, una mano suave rodea mi brazo y me hala hacia el interior de la casa. Ella está parada justo enfrente de mí con los ojos abiertos de par en par, se ve asustada.
—¿Qué rayos te sucede?
—¿De qué hablas? ¿Hamilton está?
—No, está trabajando, pero tampoco puedes venir a mi casa cuando se te antoje y gritar. Si alguna vecina chismosa te ve, le dirá a Hamilton y entonces tú y yo estaremos en problemas.
Me quito la chaqueta de encima y la dejo en el perchero mientras la evalúo, no muestra signos de haber sido maltratada. La belleza limpia de su rostro está intacta, trae el cabello desordenado como si acabara de levantarse, pero en lugar de llevar un pijama trae un buzo y una playera azul cielo.
—¿Y Timo?
—Sindy lo llevó al colegio.
—Entonces estamos solos —alzo una de mi cejas y ella me da un empujón al tiempo que rueda los ojos. Yo dejo escapar una sonrisa sin miedos, ella intenta disimular la suya.
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Cruzando Fronteras
Short Story¿Qué tienen en común un repartidor de pizzas y una contadora? Pues nada como es de esperarse. Addison, el chico que cruza la ciudad con grandes entregas conoce a Mia, una chica con un título universitario. Pero ambos son muchas más que eso, Addison...