Capítulo 4

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¿Qué es esto?

Pregunta que había desatado más de una pelea. Incluso cuando ya habían pasado dos semanas. Se me había olvidado contarle a Mandi sobre el detalle que Lara me había dado. Pensó que se lo escondía y por ende tenía algún valor para mí. De alguna forma si lo tenía. Me hacía acordar a aquél día en que sentí la libertad y la felicidad luchando en mi pecho. Yo no tenía porqué esconderlo. Sólo era un pequeño olvido. Cada vez que se enojaba me decía que ella era amiga de Lara. Que no lo arruinara. No sabía a ciencia cierta si lo eran o no. Si aquella vez que Lara me consiguió en el árbol lo hizo por ella o por mí. Si sólo necesitaba compañía o qué se yo. Igual era un lindo detalle de su parte que quería conservar. Y así lo haría. Porque a veces necesitaba recordar que hay algo más allá. Leer entre líneas.

Me sentía frustrado. Era época de exámenes finales. La biblioteca se encontraba hasta el tope. Aunque era de esperarse, era la única en la ciudad. Los profesores son algo a la antigua, te hacen memorizar partes de un libro característico, el internet tiene tanta información falsa, más de lo que podrías imaginar. Así que tenías tres opciones, descargar el libro —que en su mayoría no están disponibles—, rentarlo o estar aquí.  Evadía personas tratando de llegar al portero; Roy.

—Roy—Intenté llamarle lo más fuerte que pude. Agité mi mano arriba de lado a lado para que pudiera localizarme. El miraba fijamente su reloj y fruncía el ceño con recelo ante los estudiantes que intentaban pasar sin su permiso hasta que finalmente me vio.

—¡Hey, Dann! — Tomó mi mano y me empujó hacia él con fuerza. Abrió la puerta y me dejó pasar. Le di las gracias y traté de entrar. La gente no hacía más que quejarse, entiendo lo injusto que era para ellos que me dejaran pasar. Pero yo venía aquí cada día de mi vida y ellos sólo en ésta época. No era justo para mí. Gritaban elocuencias e insultos que fueron acallados cuando la puerta se cerró tras de mi.

Suspiré con total alivio. Ajusté las cuerdas de mi mochila. Era algo que solía hacer por simple manía. Me dirigí al despacho de Eve. La chica que manejaba las mesas del lugar. Pero no había ni una disponible. Su bolígrafo golpeteaba con la mesa al ritmo de la música que se emitía a través de sus audífonos. El escritorio me llevaba mas de tres cabezas. Me paré de puntillas para llamar su atención. Nada. La llamaba elevando mi voz un poco. Nada. Era como si nadie estuviera a su alrededor.

Tomé una hoja de mi cuaderno y formé una pelota con ella. Se la lancé y pegó en la cara. Giró furiosa, sin embargo al verme su enojo fue siendo reemplazado por una sonrisa.

—¡Dann! —Gritó con emoción. Un grupo de chicos respondió al unísono un "shhh"— Eh, ese es mi trabajo. — Les riñó. Bajó de su lugar y me indicó que la siguiera. Intentó abrir con una llave. Luego otra. Y otra. Y otra. Hasta que cedió. Minutos más tarde encendió las luces y una mesa con ordenador en medio de un pequeño cuarto que yacía con algo de polvo. —No lo usamos con frecuencia. Incluso no lo hacemos desde hace meses. En vista de que si te sientas allá afuera —Señala la puerta — Tendré que correrte en cuarenta y cinco minutos. Creo que esto es mejor.

—Esto es... Wao, gracias. — Le di un abrazo y me senté a repasar sobre la sedimentación y me encantaba el tema. Como cierre de semestre tendríamos una salida al río Makú. Fuera de la ciudad. Era mi primera salida a campo y cada vez lo sentía más lejos. Miraba las hojas con fastidio. Llevaba cuatro horas repasando los tipos de sedimentos, como se formaban y de donde provenían.

Retiré mis cuadernos. Un bostezo se escapó anunciando lo cansado que me encuentro. Mientras estudio no siento el sueño hasta que caigo dormido en cualquier lugar. Eran las ocho de la noche, increíble como pasa el tiempo tan rápido. 

  — Eve— No la veía por ningún lado.

  — Aquí— Seguí su voz hacia los estantes en los que se encontraba acomodando los libros. Tenía dos carritos llenos de libros por acomodar después del regocijo de gente que se instaló hoy en la biblioteca. Tomé unos cuantos y la ayudé. — Detesto a estos adolescentes malcriados. Creen que somos su servicio.

La tormenta en MontserratDonde viven las historias. Descúbrelo ahora