Capítulo 7

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Ella tomó mi mano. Yo sólo la seguía. Veía los problemas venir, era cíclico.

Tomé asiento en el taburete frente al desayunador. Las gotas empezaban a caer una tras otra. El cielo oscurecía pero nada de eso atraía mi atención. No estaba en todos mis sentidos. Y es lo que él causa. Lo que nos causa. Con razón su madre no ha salido del cuarto. Nos daba privacidad. Ella lo sabía obviamente. Quizás no todo, una mísera parte, pero debía saber que su estadía aquí complicaría algo. La lluvia se hacía constante, su repiqueteo en el techo me aturdía. Soy de los que disfruta la lluvia pero últimamente lo que hago es detestarla. Aunque es incongruente, porque la naturaleza no tiene la culpa de mis obtusos problemas.

—¿Y si...—La interrumpo con un beso. Porque para ambos es difícil.

—Estaré contigo. —La vuelvo a besar. Quiero que sienta que es verdad.

—Pero el llegará y...

Silenció. No era necesario decirlo. Ambos sabíamos qué sucedería y era lo que nos mantenía unidos. Realmente la quería. Pero también quisiera que esto no nos persiguiera.

—¿Quieres quedarte? —Suplicó. Sus ojos pestañeaban una y otra vez ocultando las lágrimas. —Está lloviendo mucho y no quisiera que enfermaras.

—Sólo quieres que me quede. Admítelo. —Bromeo y obtengo una sonrisa destellante. 

—Eres un engreído.

—¿Sabes algo? En parte lo entiendo. ¿Tú no? —Estaba confundida por lo que le acababa de decir.

—Te refieres a... ¿A él?—preguntó.

—Sí. La verdad lo entiendo.

—Yo también. Pero no trata sobre ti. 

—Lo sé.

La tomé entre mis brazos y la hice girar conmigo. La bajé despacio y besé sus labios. Era a lo que acostumbrarnos. Ella tomó leche y chocolate de la alacena. Lo colocó todo en la licuadora y luego en una olla pequeña. Le pasé la paleta de madera. La veía remover todo. Se veía tan llena de vida. Hermosa. Era indiscutible lo muy hermosa que podía ser con los demás y lo muy dura que era con ella misma.

Sirvió en dos tazas que había en la despensa y me tendió uno. Subimos a su habitación y sé que ella quería ver una de esas películas románticas que tanto le gustaban. Lo hacíamos en variadas ocasiones que decidíamos quedarnos juntos.

No sé en que momento nos quedamos dormidos pero seguramente después de que ambos personajes estuvieran enamorados. O al menos allí había caído yo en los brazos de morfeo. Agarré mi camisa, mi teléfono y bajé las escaleras. No había nadie despierto aún. Giré el pomo de la puerta y salí. Me dirigí al centro comercial más cercano en el subterráneo para comprar lo que tenía pendiente desde hace días. 

Salí con al menos seis bolsas tres horas más tarde. Llamé a mi madre por si estaba cerca y que pudiera llevarme a casa, tenía ansias de comer lo que fuera que haya preparado Lela Rosa. 

—¿Aló? 

—Mamá soy yo, ¿ya saliste del trabajo?—Me siento en un banco que está a las afueras del centro comercial para descansar las piernas.

—Hola cariño, ya casi voy de salida, ¿necesitas que pase por ti? — Pregunta amable. Frunzo el ceño.

—Sí mamá. — Escucho una puerta cerrarse al otro lado de la línea.

—¿Me crees tu chofer? ¡Al menos pide el favor Danniel! —Esta vez si suena a mi madre. Aquella que detesta manejar pero lo hace para poder transportarse. Debió entrar en el baño para conversar mejor y sacar la fiera que lleva dentro. Quizás exagero pero conociéndola...

La tormenta en MontserratDonde viven las historias. Descúbrelo ahora