»CHAPTER NINE: DOLLY ROSE.

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— Solo un escalón más... —Heather se aferró a los dedos que descansaban sobre sus hombros mientras tentativamente flexionaba la rodilla y elevaba la pierna los centímetros que consideró necesarios— Eso me has dicho cinco escalones atrás —se río— Por supuesto que no. Esta acera solo posee tres escalones —piso con firmeza cuando encontró el cemento a su paso, Dye la empujó suavemente más adelante a pesar de su resistencia— Como sea, solo para. Quiero mis ojos de vuelta —había estado en la obscuridad antes. Tenía un entrenamiento específico para ello, el chi sao[6]: pero aún seguía siendo torpe para ejecutarlo. El hombre siseo junto a su oído— Esto te va a encantar Sweety —ella en verdad lo dudaba. Viajar con ojos vendados y caminar de la misma manera, no era algo que disfrutara.

— Bien —él abandonó finalmente sus hombros, H sintiendo temor de tener que continuar sola hacía un camino lleno de automóviles, porque por supuesto que podía distinguir que aún se encontraban a la intemperie, muy cerca de los autos por como las llantas se deslizaban en el asfalto— puedes quitártelo —hizo lo ordenado, sus pestañas batiéndose en innumerables ocasiones a causa de los intrusos y potentes rayos de sol dañando sus ojos. Cuando se hubo acostumbrado, miró turbiamente hacía la fortaleza de cristales polarizados que la reflejaba. Dye estaba justo un par de pasos atrás de su espalda, los brazos cruzados y una sonrisa altanera en el rostro— ¿Qué diablos...? —la frase quedó al aire. ¿La había traído a mirarse tontamente en los cristales de un edificio?

— ¿Recuerdas la vez que estuvimos en ese antro en Carolina? —Asintió todavía sin comprender a donde se dirigía—  The Black Cat[7]—un nombre extraño para un bar exótico como lo era aquel— Te hice un comentario ¿lo recuerdas? —la castaña hizo una pausa, sus cejas muy juntas a causa del esfuerzo. Lo único que recordaba bien era haber estado ebria— Mencionaste algo acerca de tener tú propia versión aquí en Londres ¿no? —ojiazul sonrió mientras la giraba y pegaba su pecho a la espalda de su contraria. Una pose demasiado intima hasta para él— Pues este mi querida Sweety, es el lugar —hizo una pausa dramática y ella casi se cae de espaldas cuando las luces de neón se encendieron de repente — Bienvenida al Dolly Rose —.

Kerrgard sonreía cuando Heather se giró a verlo— Lo has llamado... —ni siquiera pudo continuar— Como tú, claro —su corazón dio un salto, la vista regresando a la rosa y letras manuscritas que contrastaban con el fondo— ¿Por qué? —Balbuceo recibiendo un encogimiento de hombros masculinos— Sé que es solo un mote, pero me gusta. Tiene estilo ¿no lo crees? —Bien, tenía un punto— Pero si te molesta podemos cambiarlo. Podías ayudarme a encontrar uno mejor —lo interrumpió— Estas loco. No me molesta en absoluto. ¡Por dios! Mi horrendo mote hará este lugar famoso, estará en boca de todos. Indirectamente seré más reconocida de lo que ya soy —el ego iba por las nubes. Dye la empujó sutilmente con una nueva risa burlona— Déjate de estupideces y mejor entra querida Dolly —la chica frunció en entrecejo y arrugo la nariz. A ella le molestaba el mote tanto como a él parecía gustarle.

Dolly era un estúpido diminutivo del pseudónimo asignado a su persona cuando laboraba de prepago: Muñeca. Eh ahí la razón de su desagrado. Aún con ello, Dye era al único que le permitía llamarle de tal forma hasta durante sus malos días. Sin duda alguna Heather debía mantener una oculta debilidad hacía el hombre para aceptarlo. Como una vieja pareja amantes se perdieron en la obscuridad del recinto que más tarde se convertiría en uno de los clubs más visitado y de mejor ganancias al año en todo Londres.

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Dolly Rose. Las letras y el aire fresco se desvanecieron tan rápido como las luces estrambóticas bañaron sus respectivos cuerpos y el aroma a almizcle se coló en sus fosas nasales. El Dolly Rose se distinguía por mucho: el sitio estaba fabricado en su totalidad por cristales negros en una figura de proporciones extrañas, casi icosaedrica, buena música, zona laboral, empleados, inmobiliario, mercadotecnia e incluso venta de narcóticos; pero sin duda, el afrodisiaco aroma perdurable durante toda la noche era más que admirable. El alcohol y la marihuana eran nada a pesar de habitar por todos lados.

HEY ANGEL [EN PAUSA IDEFINIDA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora