4. Como Isabela canto bajo la lluvia

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El amor propio también puede ser un mal amor.

Isabela, si, ese es el nombre que quiero elegir para un personaje que, aclaro, no existe, y en el caso que existiera, sería el nombre perfecto. La recuerdo, recuerdo como cada vez que pasaba al lado de un árbol, que una de sus ramas le acariciara, ella le devolvía la caricia, y sonreía tímidamente, intentando disimular la alegría que le daba hacer eso, recuerdo como a veces se quedaba viendo un punto fijo, con los ojos brillantes, sin ver realmente lo que estaba viendo, y aun así, cuando recobrabas su atención, te miraba sonriente, como si jamás te hubiera dejado de poner atención, siempre tenía sonrisas para todos, aunque no todos tuvieran sonrisas para ella, siempre era cordial, y jamás negaba un saludo, ella era buena, no de las buenas que finges, si no de las que son realmente buenas, el mundo no siempre la trataba de maravilla, digamos, ella se deba cuenta cuando hablaban mal de ella, y luego, cuando hipócrita-mente le sonreían y seguidamente le pedían algún favor, también notaba como la miraban con deseo sexual, la apostaban, y luego le hablan de promesas y amores felices, sentía las pisadas cuando alguien le pasaba por encima, y le dolía las heridas cuando se levantaba y se sacudía, pero ahí estaba ella, pensando en que todo algún día cambiaría, la esperanza patéticamente humana que todos tienen, ella la tenía el doble, lo que no se aún, si la hacía mejor, o la hacía estúpida, y es que la esperanza se ha planteado siempre como biocombustible para la humanidad, pero en el momento en que la esperanza te ciega, ¿sigue siendo buena?.

Isabela, es cierto, no era la más bella, quizás tenía la sonrisa muy grande, quizás era muy delgada, y le faltaba algo de carne, decían que le sobrara frente y es posible que a veces se vistiera y la ropa no fuera muy bien con ella, no quiero idealizar a la protagonista como la chica hermosa y perfecta, porque primero, no lo era y segundo, es real, y en la realidad hay defectos.

Isabela era risueña, reía, y mucho, era tranquila y casi nada lograba sacarla de casillas, era algo torpe eso sí, subir escaleras podía ser para ella un juego de azar, por lo menos, eso pensaban en su universidad de ella, lo que no sabían, y yo lo sé, es que ella llegaba a su casa, y al mismo tiempo que se quitaba los zapatos, volvía a ser ella, no quiere decir que ella no fuera risueña, ella sabe que hubo un tiempo en que lo era, sabe que en ese tiempo ella fue muchas cosas, risueña, espontanea, ahora era más bien tranquila, quizás no tanto, sufría de ansiedad, y se desesperaba muy fácil, a veces, de la nada, lloraba, y la tristeza le daba un brillo trágico a su mirada, ella era sensible, tanto que a veces se consideraba así mismo ridícula, ella sentía las heridas de la sociedad a flor de piel, las heridas del ser que no es y todos quieren que sea en cada poro, aunque ella se amara, porque se amaba, le dolía que los que amaba, no la amaran igual, recuerdo como ella se acostaba en la cama y miraba el techo, y se preguntaba -¿Qué me falta para ser suficiente para alguien?- sí, era eso lo que atormentaba una y otra vez a Isabela, veía que era parte de relleno de la sociedad, una más, para todos, que era de las que nunca desempacaba maleta, que no permanecía en la vida de nadie, pero ¿Por qué? Y yo, y yo a veces me preguntaba, ¿si lo que tenía era fortaleza para todos los días, salir por la misma puerta y armarse de valor para ver las máscaras tan mal hechas que tenían las personas con ella o simplemente era estúpida, por permitirse ser un escalón, y no ser la que subía?, no, sé que lo último no es, sé que ella también quería estar tan arriba como la mayoría, ver a todos desde arriba, pero había algo quizás malo, quizás un defecto, ella no podía pasar encima de nadie con tal de conseguir sus propios fines, ella no era capaz de hacer daño, no voluntariamente, no sabiendo lo que se sentía, y por eso se desgastaba, día a día, buscando un camino, que la llevara a cumplir sus metas.

¿Qué sería de la vida de Isabela si ella pudiera ser como los otros? No quiero hacer de Isabela una mártir, porque no lo era, se quejaba solo y únicamente cuando lo creía necesario, y a veces, ni siquiera así lo hacía, siempre estaba dispuesta a escuchar a otros, a aconsejarlos aunque ellos no tuvieran tiempo de escucharla a ella, cuanto ella quisiera ser realmente escuchada, por dentro gritaba, con desespero, mientras su caparazón miraba el mundo con tranquilidad.

Le gustaba el café frio, y otros se preguntaban, como podía ser si la gracia del café era beberlo caliente, pero a ella le gustaba frio, y si podía con algo de hielo, le gustaba con dos cucharadas de azúcar blanca, le gustaba pintar con los dedos, aunque luego tuviera que repasar con pinceles, no le gustaba pintar sobre marcas, le gustaba lo impredecible de sus dibujos, pues no sabía cómo quedaría el rostro de sus mujeres, y se sorprendía al terminarlas, porque sabía que eran bellas, bellas porque se tomó el tiempo de hacerlas casi perfectas. Le tenía un pánico anormal a la muerte, y de la misma manera, esta le bailaba por las noches con una elegancia provocadora, susurrándole al oído propuestas de una tranquilidad eterna, con un aroma irresistible a felicidad, a soledad, y muchas veces, Isabela sintió la tentación de coquetear con la muerte, pero temía que le esperara otro infierno y quizás, era solo eso lo que la detenía, saber que estaría escapando cobardemente de un mundo que no la quería, y llegar a un lugar donde el sufrimiento había sido elección.

Mientras tanto, Isabela solo tenía una opción, en la tormenta que parecía ser su vida, todos los días llovía, y a falta de paraguas, bailar también es una opción, empaparse y saber que quizás, entre la lluvia, algún día encontraría un techo donde podría secarse, el techo del amor de ella, hacia ella. 

CUENTOS CORTOS DE MALOS AMORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora