Matando lo no deseado.
El pequeño pueblo, como a diario, lo consumió la oscuridad, los alargados y curvos postes de luz iluminaban las caricaturescas calles. Todos dormían en aquel lugar, era eso o morir de aburrimiento porque no había nada que hacer. Ya todos se encontraban en sus camas. Nadie esperaría que una joven se escabullera como una sombra entre los árboles del parque para cruzar medio pueblo. Caminaba la calle temerosa de ser descubierta, de que algún vecino escuchara el caminar de sus pies y decidiera asomarse a la ventana. Tendría que apurarse, su cita la esperaba.
Antes de girar en una esquina, miro por encima de su hombro, el reloj de le iglesia era las 12:01 p.m tendrá que llegar a tiempo. Golpeó a la puerta y esta no tarde en abrirse...
En el segundo piso de la pequeña casa una mujer no lograba dormir. Continuaba dando vueltas y vueltas. Cada vez que acomodaba su cabeza en la almohada sentía que el mundo a su alrededor se le estaba viniendo encima. Se levantó porque no podía aguantar más y se percató de que estaba muy acalorada.
Abrió la ventana y sintió el frío aire de la calle, fue refrescante, eso era lo que necesitaba, o eso pensó hasta que el vómito subió hasta su garganta. Corrió hacia el baño y logró vomitar en el inodoro. Lo dejo salir todo.
Se puso frente al espejo sobre el lavamanos. Miro hacia abajo en el reflejo y pudo ver su gran pansa. Seguramente era por el embarazo, ahora ya tenía seis meses. Podía notarse claramente su barriga. Sabía que no conseguiría dormir así que decidió bajar al primer piso a tomar agua. Antes de hacerlo observo su cama, su esposo no estaba.
Respiro una vez el líquido bajo por su garganta. Puso el vaso sobre la mesa y escuchó un pequeño ruido. Se quedó quieta, muy quieta. No lo volvió a oír. Su esposo tampoco estaba en el primer piso. Se ató mejor su túnica y decidió acercarse a la puerta del sótano. La abrió lentamente. Las escaleras de metal corrían hacia abajo junto a una pared de ladrillo. La luz estaba encendida. Muy lentamente comenzó a descender. Un pie después del otro. Bajo el último escalón y se encontró con que las cortinas de la parte de su esposo estaban tendidas. No podía ver nada.
El olor a medicina y sangre le llegó a su nariz, esto solo la mareo más. Se acercó a su mesa de modelaje y comenzó a masajear un poco de cera.
A sus espaldas solo se escuchaba el crujir de unas tenazas, más lo sonidos de sangre y fluidos emanando de un hueco. Su esposo trabajaba. No sabe cuánto tiempo estuvo allí tocando ese pedazo de cera. Al no percibir más sonidos dio por terminada la sesión. Dio media vuelta y temblando corrió las cortinas que tapaban su vista. Allí estaba. Su amado esposo retirando un par de guantes de latex de sus manos manchadas de sangre. Ambrose necesitaba sostenerse de algo. Se recostó sobre la pared.
Pusó una mano en su vientre y luego miró la basura que quedaba justo a sus pies. Una pequeña flor roja de sangre estaba allí tirada; envuelta entre papeles. Quiso gritar, pero no tenía fuerzas, no podía alarmarse por algo que estaba acostumbrada de ver. Apretó los ojos fuertemente. La imagen de su esposo en una silla junto a una muchacha sedada con las piernas abiertas en una camilla se difumino, debido a las lágrimas en sus ojos.
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Los Crímenes de la Casa de Cera
HorrorUn esposa apasionada por el arte decide empezar su museo de cera en un pueblo olvidado, en el cual inició una nueva vida junto a su esposo. Deseando borrar y recuperarse del pasado tormentoso que ambos tuvieron , optaron por hacer una nueva vida. Un...