Tres figuras de cera, Y AUN PASO DE ABRIR LA CASA DE CERA

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Poco a poco, la mujer fue añadiendo pieza por pieza a su colección. Cada una de las grandes figuras de la historia volvió a la vida, formaban parte de una casa de muñecas, que necesitaba estar lista.

El matrimonio no tenía demasiado dinero, en algún momento lo tuvo, pero no más en el presente. Cualquier cosa que lograba conseguir su esposo más ella en su trabajo lo invertían en la Casa de Cera. Franco tenía demasiado miedo, no pensaba que fuera a funcionar pero al ver la habilidad de su esposa decidió callar. Nunca dijo nada en voz alta mientras el proceso de creación se llevó a cabo. Sin embargo varias veces intento razonar con su esposa, de que fuera más despacio, de que se estaban quedando sin con que comer. Todas estas charlas terminaron en discusiones y finalmente él, dejo de insistir. Cuando finalmente Ambrose consiguió tener tres esculturas, paró.

—¿Qué sigue? —preguntó Franco—. ¿Abrir el local?

—No seas ridículo. Con cinco figuras de cera no podemos hacer nada, tenemos que buscar patrocinadores, inversores, personas que quieran trabajar con nosotros para crear esta casa.

Franco tenía que ser honesto, su esposa era astuta. Aunque no sabía cómo iba a conseguir que alguien invirtiera en ella. Una tarde, al llegar a casa después de comprar los víveres, observo que tenía varios invitados.

—Amor, ya lleg...

Fue todo lo que alcanzo a decir al entrar a la sala y darse cuenta que el panadero, el lechero, el bibliotecario e incluso el jefe de ella (dueño de un supermercado) estaban allí. Había en total diez personas incluyendo hombre y mujeres.

—Amor que bueno que llegaste —dijo su mujer con una con una dulce voz, acercándose ágilmente y rodeándolo con el hombro. Los ojos de su esposo no se despegaron de los verdes de su amada. Hace tiempo que no la veía así. Limpia, con el cabello rojizo vivo, la cara sin una mancha de sudor, la piel tersa y una mirada brillante. Incluso se había aplicado un par de sombras y también un poco de labial. No la había vuelto a ver tan feliz, ¿era esa la palabra? No, quería decir, tan viva, tan en sus cabales. Era la mujer con la que vivió antes de haber perdido a su hijo. Desearía poder verla así más tiempo.

—Este es mi esposo, Franco. Ustedes seguramente ya lo conocen —y en efecto, ya lo conocían—. Nos hemos reunido aquí por cuestiones de negocio, como bien se lo había dicho. Muy pocos de ustedes, para no decir casi que ninguno, no saben que yo tengo un talento nato. Soy escultora. Me he pasado toda la vida estudiando el cuerpo humano, su anatomía, sus huesos, los pliegues de las arrugas... hasta sacando patitos de barras de jabón —sus invitados rieron—. Pero mi verdadero material es la cera. Me encanta moldear en cera y creo que tengo la próxima idea que será la sensación. Quiero abrir una Casa de Cera.

Ambrose dejo que la noticia volara entre los oídos de los presentes. Estos se miraron confundidos.

—No entiendo. ¿Qué es exactamente eso? —preguntó su jefe.

—Es básicamente el limbo. Un sitio entre la vida y la muerte, donde las almas más grandes de tiempos, aclamadas y odiadas, son invitadas a pasar una velada sinfín... —Ambrose miró divertida al resto de su auditorio—. Es broma.

Rieron.

—¿De qué tipo de negocios estamos hablando? —comentó el amable carnicero entre risas. Los demás rieron con él.

Ambrose, que tenía un carisma infinito movió sus palabras.

—Dejando a un lado los fantasmas, me refiero a una clase museo. Un museo donde se expone a la celebridad o al mártir como tal. Hecho de cera. Una escultura de Cera. Existen algunos muy populares en Europa, y sé que han oído hablar de estos tipos de museos —Ambrose hizo una corta pausa, probablemente una milésima de segundo, pero fue el tiempo necesario para mirar a sus invitados. Le prestaban atención pero ninguno se aparentaba interés—. Vamos al grano —dijo Ambrose tras un suspiro—. Necesito reunir el dinero para completar una cantidad de esculturas decentes para mostrar, también para adquirir el lugar, el cual podría ser un primer piso en cualquiera de las casas del centro de este pueblo. En estos momentos tengo tres esculturas terminadas, Juan de Arco, Isabel primera y mi favorito, al que le he dedicado estos últimos meses, que sé que será el más grande y reconocido de todas las esculturas que faltan por hacer: Abraham Lincoln.

Al decir su nombre las personas en el cuarto mantuvieron el silencio.

—Como ya más o menos entienden lo que deseo hacer, pasare a mostrarles estas obras para que sepan en que están invirtiendo su dinero. Por favor síganme al sótano.

Al escuchar esa última palabra, su esposo corrió a su lado. No necesito decir nada porque su esposa entendió los nervios por el mini consultorio donde su esposo atendía curiosos casos.

Al descender al sótano, pudieron ver las tres esculturas de cera que se levantaban sobre una mesa de madera. Era oscuro pero la luz era suficiente para apreciar los detalles de los personajes que regresaron a la vida. El silencio reino. Nadie decía nada, únicamente se dedicaban a contemplar el cuerpo. Franco observó por unos primeros instantes a los invitados, sus reacciones, como sus cejas se arquearon al ver el arte de su esposa, como soltaban un "oh" "ah" luego él mismo contempló las imágenes hechas por Ambrose, y la verdad era que se veía muy real, que era un talento nato y por un milisegundo se atrevió a soñar con la casa de cera y que podía realizarse y llegar bien alto. Mantendría esas esperanzas hasta que los posibles inversores hablaran.

—Ahora bien, me gustaría saber que piensan, ¿estarían dispuestos a ayudarme en este camino? —empezó Ambrose—. Yo les prometo que este negocio promete, no les estoy pidiendo que hagan una inversión vacía, tampoco van a perder su dinero, yo voy a trabajar realmente duro, no me voy a detener nunca, voy a crear más y más, vamos a tener todas las celebridades, famosos, hombre y mujeres influyentes viviendo bajo el mismo techo.

Una de las mujeres quiso ir director al grano, preguntó por plata, cuanto necesitan y finalmente hizo una propuesta.

—¿Por qué no mejor entre todos prestamos el dinero? —quiso saber la florista— Yo personalmente nunca he invertido mi dinero en nada y me parece complicado lo de recuperarlo... mejor prestar el dinero, hacer el papeleo para que usted cumpla su sueño, o mejor aún pedirle un préstamo a un banco.

—En este pueblo no hay bancos —se apresuró a decir Ambrose.

—Ya sé que no los hay pero se puede viajar.

Ambrose chasqueó sus labios.

—Yo lo que quiero es encontrar a un inversionista, un socio, y la verdad no se pide demasiado pero se puede ganar mucho. Es un negocio, al principio va a ser duro y no se van a ver las ganancias, pero seguramente habrán, no presto el dinero porque eso no es lo que quiero, no quiero deberle a nadie y creo que teniendo en cuenta mi talento puede ser algo muy grande.

»Aun así, no tienen por qué darme una respuesta hoy pueden pensarlo, al suma de dinero que necesito es de ... más o menos, como pueden ver no es demasiado

Así hicieron entonces, en el transcurso de la semana Ambrose preguntaría a cada uno cuál era su elección. Ninguno acepto ser su inversor, ninguno creía en el futuro o al menos que llegara a recaudar tanto dinero, otros pensaban que simplemente era un proyecto en el cual no estaban interesados, esa era la respuesta más política mente correcta.

—Por eso es que viven en un pueblo, por eso es que son pueblerinos —comentó Ambrose disgustada a su esposo cuando llego fastidiada y estresada. Se sentó a la mesa—. En la gran ciudad seguramente al menos dos nos hubieran dicho que sí, pero como esta gente no tiene metas más que vivir el día.

Franco sinceramente no sabía que le pasaba a su esposa, nunca la vio tan decidida a algo. Pensaba que toda la cosa referente a la escultura era un hobbie, como se lo dijo por años. Tal vez ella se dio cuenta que la vida era un instante, eso a raíz de la muerte del niño, que la juventud no era para siempre. Aun así era todo muy extraño. Ambos eran ya adultos, el rechazo es algo que a esa edad tenían que saber sobrellevar, Ambrose lucia descarrilada, saturada... Franco suspiró, al fin y al cabo él era un simple médico, ni psicólogo nada más... El hecho de que se requiriese tan poco dinero no lo hacía un sueño inalcanzable...

Dos días después Franco llego a su casa, cito a Ambrose en el comedor, dejo sobre la mesa un rectangular papel arrugado. Ambrose lo tomo en las manos lo leyó, se llevó las manos a la cabeza, sonrió y lloró. Se levantó y besó a su esposo.

—Gracias.

Dijo ella suavemente a su oído. Por fin tenían el dinero que necesitaban para abrir la casa de cera.         

Los Crímenes de la Casa de CeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora