El tiempo pasó, sin embargo lo unció que pudo aliviar la perdida de la muerte de su hijo fue el inicio del negocio de cera. Estaba más que predispuesta a hacerlo. Lastimosamente su esposo no la apoyaba al cien por ciento. Aun le parecía que ella necesitaba un poco de descanso.
La mujer gastó una buena parte de sus ahorros en alambres, maniquíes, cera, y principalmente una casa justo en el centro de la ciudad, la cual usaría para exponer sus maravillas congeladas. Ahora lo que necesitaba era crear una figura de cuerpo entero.
Buscó en la biblioteca todos los datos que pudo encontrar respecto a su físico y todas las imágenes que le pudieran servir. Destacó uno de los vestidos y lo mando a hacer. Para el cuerpo y el rostro uso su cara como molde, luego cambiaria las facciones. Le llevo un buen tiempo, le pareció una tarea casi imposible, pero con el talento que tenía cualquier cosa se podía. Paso varias noches sin dormir, varias veces se saltó la cena y el almuerzo, pero no le interesaba, su arte era la única luz que necesitaba. Las riñas con su esposo no se detenían, a veces no lo dejaba trabajar, otras veces no lo dejaba descansar pensando en su salud.
—¡Pero te has vuelto loca! Por qué no subes y comes y bajas... o te acuestas y dejas esa extraña manía con estos muñecos.
—¿Y si estoy loca, qué? Al fin y al cabo esto es todo lo que me da paz. Tu simplemente no lo entiendes, esto es lo que me libera, quedarme en cama todo el día o lavar los trastos y hacer oficio me enloquece, me exaspera... además, tengo un sueño, tú ya tuviste tu oportunidad, yo me doblegue a lo que tu quisiste, y estoy cansada, tengo derecho a hacer lo que quiera con mi vida, lo que se me venga en gana y si no lo logro bien, pero sé que puedo volver esta casa de cera nunca antes vista la sensación más grande de este pueblo e incluso ponerlo de vuelta en el mapa.
—¿Y que nos vengan a buscar?
Ambrose miró con desprecio a su marido.
—Cuando uno se casa, al parecer se mete también con todos los demonios del pasado de la otra persona. No se te olvida Franco, yo firme un pacto contigo para estar a tu lado en las buenas y en las malas —comentó burlonamente la mujer—, y ya que no llegamos a ningún lado contigo, ahora déjame sacarnos a nosotros de esta PUTA miseria.
El hombre respiró profundo. Parpadeó varias veces mientras veía su mujer sumergirse una vez más en la cera. Dio media vuelta y subió las escaleras a la primera planta. Había sido toda culpa suya. Eso se preguntaba. Al día siguiente despertó solo en su cama. Preparó el desayuno a su esposa y se lo bajo al sótano.
—¡Qué bueno que estés aquí! Ven.
Tenía una sonrisa torcida en su rostro que iba de oreja a oreja. Prefería verla así que con aquellos ojos perdidos anhelando algo a la distancia. Ese pensamiento se evaporó rápidamente de su mente cuando observó la esbelta figura de una mujer en una armadura de plata. Era muy pálida, de labios rojos y mejillas saladas. Empoderaba fuertemente una espada. La sostenía en lo alto orgullosa. Su cabello era corto, sus ojos marrones. Su porte tenía algo extraño, lo que más le recordaba a su amada era la nariz. Por su puesto que él reconocía quien era la mujer emancipada. Nada más y nada menos que Juana De Arco.
—Es brillante —dijo Franco para sí mismo.
—Gracias.
Miro a su esposa, miro sus manos y miro nuevamente la muñeca frente a él. Era espectacular. Era muy real. Por un momento le pareció algo fascinante.
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Los Crímenes de la Casa de Cera
HorrorUn esposa apasionada por el arte decide empezar su museo de cera en un pueblo olvidado, en el cual inició una nueva vida junto a su esposo. Deseando borrar y recuperarse del pasado tormentoso que ambos tuvieron , optaron por hacer una nueva vida. Un...