A la luz del parto

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Luz de Parto.

A Ambrose sólo le faltaban un par de días para dar a luz. Esos últimos meses había estado muy inquieta, pero no sabía si era debido al embarazo a al rumbo que estaba tomando su vida, nuevamente...

Una mañana, en el segundo piso de su pequeña casa, se contemplaba al espejo. La mujer giraba su enorme barriga mientras la sombra jugaba a esconderse tras su embaraza.

—Mi dulce niño... —dijo ella pasando una mano por la suave piel. Cuando dijo la palabra "niño" no se había percatado que hasta el momento no conocía el sexo del bebe, lastimosamente no podían ir a la ciudad a una ecografía, sería demasiado arriesgado, y el hospital del pueblo no gozaba de gran tecnología, por esa razón daría a luz en su propia casa.

Ambrose corrió una silla de comedor y se dejó caer sobre ésta. Detestaba aquel embarazo, lo había empezado a odiar desde el momento en que no podía acomodar sus pensamientos. Quería dar a luz y darse cuenta de una vez por todas cual era la razón de sus sentimientos. Respiraba profundo y le daban ataques de pánico. Le pregunto varias veces a su marido si era así, y éste varias veces le contesto que sí, pero ella sabía que le estaba mintiendo. Lo que ella sentía era un malestar en el alma. Sus vidas jamás cambiarían y sus hijos estarían marcados con el destino que ella y su esposo forjaron. Respiró profundo, se puso en pie sin saber a dónde ir. Así comenzaban sus nervios. Escucho suavemente como su marido en la sala de la casa recibía su siguiente paciente y acumulaba secretos en la lista de medicinas.

Habían dejado la ciudad y supuestamente a su pasado también... se puede cambiar de vida, pero no de hábitos. Las personas nunca cambian. Ellos nunca lo harían... y sus hijos serían forjados con aquel presente que ellos hacían... Respiró nuevamente profundo. Se fue hacia la ventana de la cocina. Si mal no recordaba, ya había pasado nuevamente por los mismos pensamientos y había llegado a la misma conclusión, en aquel pueblo dejaría de preocuparse por el trabajo de su esposo. Tal vez, solo tal vez, lo que padecía en aquellos instantes eran unas ansias enormes de ver que sucedería después del embarazo, como se desarrollarían sus vidas después de tener un bebe, sí, eso era lo que la tenía tan agobiada, el futuro, quería empezar a vivir su vida con su niño y ver si cambiaba en algo su presente. Ambrose se llevó las manos al rostro y sollozo un poco. Luego se limpió las lágrimas. Tenía que despejar su mente y lo único que lograba hacerlo era la escultura, bajaría al sótano y continuaría esculpiendo hasta entrada la noche.

Era la séptima cabeza que terminaba. Eran tan reales, pareciese como si en el sótano de su casa decapitaran presos y conservaran su cabeza. Ambrose moldeo un poco de será en sus manos y la aplasto sobre el ojos para crear el parpado. La mujer parpadeo varias veces y escuchó un ruido justo detrás de la cortina blanca que se paraba su zona de trabajo con la de su marido.

—¿Amor? —preguntó en voz alta. Pero si recordaba ella dejo a su marido en la primera planta, ella se encontraba sola.

Allí estaba una vez más el ruido. Respiró profundo y camino decidida. De un solo tirón, corrió la cortina. No había nadie.

—Creo que tenemos ratas —suspiró.

Volvió a su mesa de trabajo, pero a diferencia de hace algunas horas que planea quedarse toda la noche esculpiendo ahora pensaba que era suficiente. Antes de tapar su escultura y subir nuevamente se permitió reflexionar nuevamente en el futuro de sus hijos, y jugó con una idea entre sus dedos. Una idea de cómo cambiar el futuro de sus hijos, y la tenía justo enfrente de sus ojos.   

Los Crímenes de la Casa de CeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora