Capítulo doce: Ley de Murphy.

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«Sí algo puede salir mal, ten por seguro que puede salir peor».

Terminó de hacer las maletas y se colocó el sombrero de paja en su espalda, expiró con tristeza y hecho una última ojeada a su habitación, la extrañaría y mucho. También extrañaría a sus hermanos y sus padres, pero debía de alejarse, tenía que hacerlo.

— ¿Es por Trafalgar qué te marchas, verdad? —La reciente pregunta le hizo dar un respingo de temor y viro su cuerpo a la voz que casi afirmaba esa cuestión.

No dijo nada, no negó nada ni lo acepto, eso fue suficiente para que la persona al frente suyo suspirara con resignación, era un buen apoyo, pero también era un hijo de las mil putas y había tocado lo más preciado para él. Tampoco era que expiará al chico de toda la culpa, en algún punto tenía que conocer la verdad y aún así se negó a dejar aquello hasta apenas unas horas atrás.

— Luffy —le había llamado por su nombre después de mucho tiempo—. Las infidelidades son una escoria, pero son peor cuando las personas saben que tienen parejas y que llevan ya varios años de matrimonio —colocó una mano en su frente y suspiró—. No puedo creer que tú hayas hecho aquello —el contrario no respondió ni hizo amago de replicar—. ¿Qué te hubiera parecido que yo engañará a tu madre? —Lanzó con acidez la pregunta al aire consiguiendo el efecto que deseaba—. Eres un muchacho de casi veinte años y no eres estúpido —colocó un pie en el pasillo y lo miro una última vez con el ceño fruncido y decaído—. Me has decepcionado, hijo.

— Papá —las palabras murieron en su garganta y sus lágrimas volvieron a recorrer con impaciencia las mejillas.

— • —

Estaba terminando de firmar las escrituras de traspaso de aquel cuartucho, no sabía porque el papel tenía su firma y su nombre escrito de manera impecable, pero algo dentro de él, le decía y le instaba a no volver a poner pie en ese lugar. Le entregó las llaves a la pareja de chicas que estaban por ingresar a la universidad, de haber sido otro tiempo, les hubiera coqueteado y ronroneado en pos de pasar la noche con alguna de ella o de ser posible con las dos. Se despidió y no notó cuando una se atrevía a pronunciar más su escote.

— • —

— ¡Amor! —La chica le recibió con los brazos abiertos y le plantó un beso en la mejilla—. Mira —le tendió un sobre que abrió con prisa, sus cejas fueron cambiando hasta crear una mueca de molestia—. ¡Estoy embarazada!

Lejos de recibir un trato alegre, el hombre se partió en miles de pedazos, no dijo nada, parecía que de un tiempo a la fecha no tenía palabra alguna que decir, tal vez se había quedado mudo al escuchar esa noticia.

— ¿Por qué dejaste de tomarte la pastilla? —Su reacción fue agresiva y furiosa cuando la tomó de un codo con una fuerza bastante grotesca—. Te dije que no podíamos tener hijos.

— ¿Por qué siempre dices eso y nunca me explicas? —Se soltó bruscamente de su agarre para encararlo—. ¡Deberías estar feliz!

— ¡No somos compatibles, Monet! —Reveló con angustia el chico.

— ¿Y eso qué?

— Nuestro bebé morirá a los pocos día de nacer —explicó calmo—. También podría nunca nacer. ¿Cuánto tiempo tienes?

— Cerca de dos semanas —espeto con miedo, esa información nunca le había sido revelada.

— Monet —le habló con la voz cortada— te fui infiel.

— ¿Qué? —La mujer volteó a ver a su marido, ya sabía lo cabrón que era pero nunca había salido de sus labios el decir esas palabras.

— Estuve cerca de seis meses con Mugi —interrumpió su hablar—, con Luffy. Monkey D. Luffy.

La chica enfocó su vista encolerizada en el chico, estuvo a punto de golpear al hombre delante suyo, pero no hizo nada, no era la primera vez que hacía aquello, pero sí la primera ocasión en que se confesaba.

— ¿Por qué? —La cuestión salió de sus labios—. ¿Por qué me confiesas eso? Sí siempre has ocultado inútilmente tus aventuras.

El chico no dijo nada, no se excuso y salió de ahí, dejando a la mujer dolida y sufriendo. Por decirle que su bebé no tenía esperanza de vida, por declararle su recién aventura, por no darle un brazo de apoyo ni pararse un momento por mero compromiso a tenderle al menos, una servilleta para que sorbiera su nariz.

— • —

Las puertas del vagón estaban siendo abiertas, traía consigo una maleta de viaje y una mochila mediana colgada de su hombro, nadie había ido a despedirlo, nadie había ido a detenerlo. Tal vez era mejor, entregó su billete al maquinista y le ofreció una sonrisa forzada, abordo el tren y se sentó en un asiento pegado a la ventana. El trayecto era largo, poco más de dos días y medio, al pasar arribaría en dónde vivía su amigo de cabellera rubia y tal vez le escondería todo o no, tal vez terminaría en brazos de su amigo de la infancia contándole todo lo que le carcomía el alma.

Escuchó agriamente como la locomotora comenzaba a desplazarse por los rieles y empezaba a ir hacía el frente, sin regresar, sin detenerse. Tomó su móvil y tecleó un par de veces, espero unos segundos infernales que le contestaran del otro lado.

— Perdóname —dijo por el micrófono al borde de las lágrimas—. Perdóname, papá.

No escuchó nada del otro lado de la línea ni despegó el cacharro de su oreja.

Ten un buen viaje, hijo —la fría voz de su padre se suavizo un poco— regresa cuando hayas reflexionado lo que has hecho —terminó la frase—. Siempre serás mi hijo, no tengo nada que perdonar. Sólo ha sido un error y espero aprendas de él. Ya ha sido bastante escarmiento lo que te ha pasado, has renunciado a todo y tienes que volver a empezar —articuló para terminar con la llamada— tu madre y yo aguardamos a cuando regreses, Luffy.

El sonido de la llamada cortada resonaba en sus tímpanos, las palabras de su padre lo habían hecho caer en fondo pero también le habían hecho madurar y entender que había hecho todo mal, ahora se dedicaría a tratar de corregir su camino que tenía de ahora en adelante, no podía enmendar los errores, pero tenía la oportunidad de cambiar, de hacerse fuerte y la promesa consigo mismo de no volver a defraudar a su padre.

Limpió sus lágrimas y dejo de lamentarse, sólo los cobardes hacían aquello, miro hacía el frente de nuevo, colocando sus esperanzas y sus convicciones, era un tropiezo lleno de mierda pero nada que pudiera superar. Por qué sí, en este lapso de su vida, se había dado cuenta de ello, la infidelidad era la bajeza más repugnante del mundo, era peor que la escoria y sólo traía sufrimiento y vergüenza para todos.

Sonrió con un poco de tristeza pero puso, por primera vez en mucho tiempo, su frente en alto, ahora él también conocía un poco de el amor y sabía que el amor era algo divino y hermoso, pero ambiguamente el amor era sufrimiento.

FIN.


Algo dentro de mí se fue con esta historia, pero era necesario, yo detesto las infidelidades. Tal vez haya un epílogo, aún no estoy muy segura. 
Espero que les agrade el final. Ah, lo que está al principio es lo que enuncia la Ley de Murphy. 
¡Gracias por seguirme en este angustioso fic! 
Sí preguntan que tenía que ver Zoro, sólo odiaba un poco a Law por haberle humillado en casa, en sí, Law y Zoro son conocidos. 

El amor es sufrimiento. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora