Capítulo ocho: Regla del octeto.

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Tenía al chico tomado de la parte posterior de sus piernas, impulsándolo hacia arriba, para bajarlo bruscamente de nuevo por la extensión de su falo. Sintiendo recorrerle el placer con lujuria por toda su espina dorsal, embriagándose de los gemidos del contrario.

— Law —jadeo en medio de un fuerte gemido, pegando su espalda al pecho del nombrado, mientras se dejaba consumir por el placer cada vez más— Law —repitió—, más fuerte.

El nombrado no se resistió, apoyando su espalda al respaldar de la cama y colocando sus piernas en flor de loto, haciendo sentar al pequeño mono en su miembro cada vez más fuerte, más duro, haciéndole sentir más placer, inundándolo de gozo en cada embestida.

Mordió su oreja y ahogó un ronco jadeo placentero ahí, la punta del clímax la sentían en la punta de los dedos, acariciando sus pesadas respiraciones, extasiándolos de satisfacción carnal, sintiendo una danza de pieles ardientes, cobijadas solamente por la oscuridad del cuarto y coronados por los dulces y obscenos sonidos de la fricción de los cuerpos.

Entonces un móvil sonó insistente, el mayor de los dos se paralizó por unos momentos, reconocería ese tono de notificación siempre. Quiso ignorarlo, pero al cuarto repiqueteó del sonido chirriante, opto por tomar la llamada, cubriendo la boca del chico montado en su cadera.

— ¿Aló cariño? —Contestó apenado mientras trataba de acompasar su respiración—. No, estoy en una junta —mintió con descaro—, en unas cuantas horas más estaré en casa —añadió para sentir cómo el crío se deslizaba fuera de su cuerpo y tomaba su miembro casi flácido para terminar de eyacular en la cama—. Te quiero. Adiós.


— • —


Tenía dos semanas sin saber de Mugiwara-ya, por más mensajes que le mandará al móvil, por más llamadas que le hiciera, el chico se había esfumado tal cual un fantasma.

— Puede que sea lo mejor —dijo con voz queda mientras revisaba unos documentos en su escritorio—, sólo era un simple juego de copas.

— ¿Qué era un juego de copas, Law? —Preguntó una voz madura ingresando a la oficina del médico.

— Ah, una apuesta con los chicos de la guardia —mintió descaradamente—, ya sabe, una simple partida de poker en el bar, Dragon.

Sí, el superior del ojeroso era ni más que Monkey D. Dragon.

— Vale, pensé que andarías de cabrón de nuevo —comentó quedo casi sin hacerse oír.

— ¿Disculpe? —Cuestionó con hipocresía, sintiéndose juzgado.

— No es nada. Olvídalo —le restó importancia con un gesto de su mano, para terminar su frase dándose la vuelta y marcharse por dónde había interrumpido las cavilaciones del médico—, me retiraré por hoy —salió del consultorio, no sin antes girarse y decir lo siguiente—, mañana habrá una reunión en mi casa, por supuestos estás invitado. Presentaré a mi hijo, quién será el nuevo director del hospital.

— Con gusto estaré ahí —artículo asombrado—, espero conocer al pequeño.

— ¿Pequeño? —Preguntó con una ceja levantada—. Luffy ya está en su cuarto semestre de la carrera, dos semestres más y será un buen pediatra.

— ¿¡Luffy!? —El médico colocó ambas palmas con brusquedad sobre la mesa, haciendo resonar la madera por el cuarto—. ¿Pediatra? —Cuestionó para desviar su atención. Era una posibilidad de uno en un millón que el hijo de su superior y Mugiwara-ya fueran la misma persona.

— ¡Papá! —Gritaron desde el corredor haciendo que a Trafalgar se le helaran las manos. ¿Era una jodida broma, verdad?—. ¡Papá! Tengo horas esperando por ti en la recepción —sin pizca de educación se metió al consultorio del galeno, parándose casi en seco.

No, no era ninguna broma de mal gusto. Sí, el Luffy que le habían mencionado, el que le dijeron que sería el próximo director del hospital, era el hijo de Dragon, de su superior, era el mismo Luffy al cual cada noche le susurraba Mugiwara-ya con la voz candente.

— Lo siento, Luffy —espeto para acariciar la azabache melena y despedirse de Law—. Nos vemos en la fiesta Trafalgar, y ahí será una presentación oficial.

No.

Luffy no hizo amago de saludarlo o dirigirle la palabra, ni siquiera se tomó el tiempo de al menos darle una hojeada. A su padre no le pareció extraño, así era el pequeño mono, en muchas de las ocasiones, sólo iba por la persona en cuestión y la llevaba arrastras con él sin importarle con quién estuviera.

— ¿En qué carajos me metí? —Se derrumbó en la silla preguntándose el porqué de su condenada suerte, una vez se supo solo.


CONTINUARÁ...





¿Porqué regla del octeto? Bueno, tengo cierto amor por la química y física, y en este fic
lo he estado plagando en sus títulos. Bien, se llama así porque los enigmas se van descubriendo, menos el tipo por el cual Luffy se quedó helado —algún día lo sabrán—, en fin. 
En química la regla del octeto, es cuando los átomos alcanzan su estabilidad con ocho electrones en su último nivel, compartiendo los electrones de valencia, los de su última capa. 
Por otra parte, le falta poco para terminar el fic, espero seguir leyéndolas hasta entonces. 

El amor es sufrimiento. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora