Capítulo nueve: Principio de Pascal.

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— ¡Luffy! —Gritó con desespero mientras dejaba recaer sus palmas en la mesa de aquella comida rápida—. ¿Qué carajos pasa por tu cabeza, enano?

— Ni yo lo sé —respondió afligido mientras sorbía un poco de la malteada de fresa—. Y lo peor es que aún sabiendo las cosas, yo... —dudo por un momento el revelar su más atesorado secreto.

— Tú, ¿qué? —Cuestionó con calma—. Digas lo que digas, no te juzgaré. Te lo prometo —dio una hojeada al chico frente a él, que estaba quebrándose en miles y miles de pedazos—. No importa lo que hagas o digas, yo siempre seré tu mejor amigo.

¿Por qué había desconfiado de su mejor amigo? ¿Acaso Zoro merecía tal bajeza? No, no la merecía, pero aún así la entraba un poquito de miedo, el perder su incomparable amistad. Mordió su labio inferior y posó su vista cansada en los huesos de sus manos.

¡Al diablo todo! Sí el peli verde se retiraba después de su confesión, no haría nada por volver a entablar las cosas. Sabía que lo que diría a continuación sería algo vil y sucio.

— Yo... —titubeo un momento nervioso—... no pienso dejarlo ir.

— Carajo —fue lo último que se escucho en aquella mesa de la concurrida cafetería.

Los eternos segundos de silencio, taladraban en la esperanza del menor, sintiéndose abatido y abandonado por primera vez. Nunca le importo hacer lo que quería, Zoro siempre estaba ahí, apoyándolo, escuchándolo, sirviendo de su apoyo. Por eso era imperativo para él, decirle las cosas, acabar con las mentiras cuándo le preguntaba quién era Torao, desde aquélla vez que había irrumpido en su habitación y él presintiendo peligro, quedó mudo ante la invasión del chico.

— El tipo que mencionaste aquella vez —habló con voz neutral, haciendo más difícil de descifrar al chico—, cuándo dijiste que estabas más unido a él, ese tal Torao —mencionó con un poco de tacto—, es el mismo que me comentas ahora.

Luffy asintió con vergüenza, bajando su cabeza y encogiendo sus hombros. No pudo notar la sonrisa de suficiencia de su acompañante, así que sus sospechas eran verdad.

— No te preocupes —habló de nuevo el chico de cabellos verdes—, me vale un bledo con quién te revuelcas. Mi respeto y amistad por ti, nunca cambiará.

— • —

El sonido de la pequeña reunión era algo movido, lo suficiente para que un grupo de chicos estuvieran en el centro bailando al son del compás. No recordaba cuantas copas llevaba, pero de seguro sí no se detenía terminaría vociferando verdades que no debían conocer la luz del día.

— Así qué... —alguien había invadido su espacio personal colgándose de uno de sus hombros—. Te pone el hijo del jefe.

¿Acaba de escuchar bien eso?

— No fastidies —articuló con molestia. Nadie sabía de eso a excepción de él y el chiquillo... ¿verdad?

— Así que Luffy no mentía —sorbió de un sólo trago su bebida y escupió con sorna las siguientes palabras—: Eres un malnacido, Torao.

— Déjate de bromas —dijo coléricos, le estaban jodiendo y para ello ya tenía bastante con saber con quién se había dado unos acostones—. ¿No se te perdió el rumbo, Roronoa-ya?

— No tanto como a ti, Torao —le secundó la broma de pésimo gusto.

— Podrías, por favor, llamarme por mi nombre —chasqueó su lengua con evidente enojo.

— Vale, vale. Lo haré Law —concedió con una sonrisa de medio lado—, pero cómo hagas sufrir a Luffy, te patearé el trasero. ¿Entendiste?

No tuvo tiempo de responder, no pudo objetar ni pudo champarle en la cara que el crío ese había decidido dejarlo en plena faena y ni se había inmutado en hablarle aquella vez en el consultorio.

Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por la voz de su jefe, Dragon estaba dando unas cuantas palabras calurosas y sumamente aburridas, de esas que dan los superiores elogiando al personal. ¡Palabras más usadas que el transporte público! Lo que le paralizó los sentidos fue ver al dueño de sus insanos deseos, vestido en un traje de ocasión negro a juego con una camisa en color rojo mate. Dijo unas cuantas palabras y sonrió con sinceridad.

Él no conocía esa pulcra sonrisa, era tan inocente y tan bella. No creía que el chiquillo ese podía hacer deslumbrar con una sonrisa tan pulcra y tan angelical. Observo como los oscuros orbes se pasaron en su persona y le dedicaba una sonrisa tímida con tintes de lujuria que pasaría desapercibida para cualquiera que no fuera él.

— El hijo del señor Monkey ha crecido tanto —se habían colgado de su brazo mientras miraban hacía el pequeño escenario improvisado—. ¿No te gustaría tener hijos, Law?

— Eso ya es un tema cerrado —comentó con un cosquilleo de nervios en la garganta—. Sabes que no podemos tener niños, Monet.

— • —

Tocaron a su puerta con lentitud, pidiendo permiso para poder entrar. No tenía consulta ni algún papeleo que firmar, extrañado hizo entrar al dueño de los toques en la entrada de su oficina.

— ¿Qué desea... —la voz murió en su garganta a la par que el intruso aseguraba el paso al recinto y caminaba con paso decidido hacía donde estaba él.

Lo tomaron de sorpresa cuando la persona se sentó a horcajadas sobre su pelvis en el asiento reclinable. Tomaron con fuerza su nuca y le estamparon sus labios con frenesí y urgencia. Las bocas reconocieron las ansias del contrario y se comieron en deseo mutuo. El mayor quiso separarse, pero un fuerte agarre de los cabellos le impidió hacerlo. Joder, estaban en el trabajo, ¿qué pasaría si alguien los descubría?

— Detente —articuló con dificultad a la par que sentía cómo le succionaban uno de sus hombros—. Detente —repitió en medio de un jadeo no muy convencido—, detente, Mugiwara-ya. 

CONTINUARÁ... 


No encontraba algún nombre conveniente, y los que se me ocurrían ya los tengo ocupados para los tres últimos capítulos. 
¿Porqué Principio de Pascal? Bueno, este enuncia que la presión uno entre la fuerza uno es proporcional a la presión dos en la fuerza dos. Para resumir, lo que exista en uno, existe en el otro. Y sabemos que Luffy quiere lo mismo que Torao. 
¡Nos estamos leyendo! 

El amor es sufrimiento. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora