Etérea.

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Que te observaba
y te escuchaba
tan atentamente
como suelo escuchar al mar,
a mitad de año
con el sol en su punto más alto
con la marea
gritando
y rugiendo desenfrenada
sí, así como tú.

Poco conocían
mis dedos de su piel,
únicamente lo que a duras penas
podía haber concebido mi psiquis
y nada
lograba si quiera rozar la realidad.
Adoraba;
sus susurros,
su libido,
y el bendito acto de romperse quince veces en una hora
saliendo un poco más ilesa cada vez
o quizá
un poco más rota.

Y es que ella te bebía
como su ron favorito,
y podía absorberte
con solo tres tragos de su esencia
que solía morir los lunes
y los viernes renacía con una calada a su cigarrillo.

Aun no defino
si es su cabello corto,
o su risa,
o su alma mustia,
o si es su lengua
con ese filo tan mortal
que es capaz
de asesinar cualquier duda
con su violenta necesidad de ser sincera.
Así es ella,
así es la musa
la que se ríe,
la que se destruye y llora -a solas-
porque prefiere morir
antes que mostrarse humana
tan imperfecta,
tan etérea.

Tres Maneras De Explicarte El Desastre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora