Tres Maneras De Explicarte El Desastre.

Pompeya.

Los atardeceres de los miércoles
son como un punto
justo
en el centro,
justo
en el momento
antes
de que el volcán haga implosión
porque odiaría lastimar de nuevo a Pompeya,
justo antes de que Atlantis
sea consumida por el mar
así como yo
que me consumí ante ti.

Vesubio
suspiraba la libertad
a través de sus fauces,
arrancaba el miedo de las nubes
y reía
y con su risa
aplacaba a cualquiera que le retara
o le sedujera los sentidos
en un acto de gallardía.

Vesubio era explosivo
y yo solía
pasarme la vida entera
encontrándolo en tus ojos,
porque eras salvaje,
y gritabas,
y bebías,
y llorabas tan lindo
que a veces
podía llegar a pensar que te estabas carcajeando.

Y yo;
Era Pompeya
que me perdía desesperada
en el mundo entero
que existe entre tu corazón
y tu pelvis
que jugué a creerme
que al igual que tú
—conmigo—
me había metido en tu piel
y que bailaba
en tu psiquis.

Pompeya se enamoró de Vesubio
pero,
Vesubio era un cobarde
y cuando sintió
la devoción de Pompeya
se paralizó
y es que el volcán odia la incertidumbre
de no saber
como amar.

Vesubio no quería destruir a Pompeya
pero algunos no tienen claro
que,
las mentiras son la forma más horrible
de destruir
a una persona.

Pompeya no era idiota,
sabía que Vesubio no la amaba
pero se permitió,
jugar en sus faldas,
buscar su boca en las noches de verano
y esconderse en su sombra cuando la primavera
era abrumadora.

Pero Vesubio no supo fingir,
y su explosión
destruyó a Pompeya
no tanto por el engaño
sino más bien,
por la forma nada paulatina
en que se olvidó de ella
en la que tú,
te aburriste de mí
y simplemente apostaste
todos los besos que te habría dado,
los poemas que te habría dedicado,
los orgasmos;
por una noche.

Y que Pompeya
ya no ama Vesubio,
porque se encerró en la torre de marfil,
que Pompeya es un cuerpo muerto
sin Vesubio
solo un alma más
buscando el amor
en
los
lugares
menos
indicados
en las tardes
de los miércoles.