Fuego.

26 3 0
                                    

A Fuego la veo pasar por mi avenida
unas quince veces al día,
con su tez morena
y esa sonrisa que grita libertad
desde la comisura izquierda
hasta la derecha
con ese paso firme, pero
irónicamente pausado
y con esas ojeras
que dejan entrever
que su insomnio tiene nombre y apellido.

A fuego la he visto bailar en mi antro favorito
y nunca he tenido
la gallardía
de acercarme
y rogarle con la voz temblorosa
que baile la siguiente pieza conmigo;
a su llama le he escrito
infinidades de poemas
con el deseo
de algún día mostrárselo
y que se enamore de mi
pero,
a ella parecen gustarle
las rimas que suelen ser consonantes
por eso
de que la he visto observar a la chica
de su clase de canto.

Es curioso
observar el bucle tragicómico
en el que muta mi existencia
en cuanto Fuego
me toca la puerta;
que los labios me tiemblan
y
me siento en un estado
de exasperante vaivén
que me deshace un millón de veces en un segundo
en cuanto escucho su risa
permearse de mi inconsciente
y materializarse
tan metida en mi piel,
pero
tan lejana.

Tres Maneras De Explicarte El Desastre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora