A la musa.

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La bruma parecía ser parte inherente de tu alma, 
y es que yo te observaba 
cuando esa expresión tan distante
desdibujaba tus facciones 
en un mueca de  total indiferencia por el mundo; 
y estabas guapa
como Frida en su elemento, 
como Neruda relatando 
sus deseos más carnales 
por aquella fea
que era su bella y como yo,
musa,
que te escribo poemas asonantes 
para relatarle al mundo 
nuestro idilio imaginario. 

Recuerdo esa fresca mañana de primavera 
en la que por primera vez
te observe, 
y te amé como a Dante a Beatriz
tan cerca pero tan lejos. 

Y es que tu maldita mirada de musgo 
sabía embellecer cada espacio, 
cada párrafo, 
cada verso, 
cada sílaba, 
cada maldito momento 
en los que deseaba tan fervientemente olvidarte 
pero terminaba recordándote 
con tal melancolía 
que sentía morir. 

Más temprano que tarde comprendí que esa mirada triste 
era la única manera en la que sabías mirar 

que toda la vida 
te habías condicionado 
a una maldita tristeza de verano.

Más tarde que temprano comprendí que ese brillo en tus pupilas 
existía en mi mente 
y que  todas las historias de amor 
que observaba en tu iris 
eran puramente  utopías. 

Musa, 
te escribo este manifiesto 
que no sé sise trata
de odio, 
amor, 
nostalgia, 
Lo único que es plausible
es que ya no he vuelto a amar como Dante 
no te he pintado como Frida 
y solo me ha quedado relatarte  a las masas,
como una fracasada.

Tres Maneras De Explicarte El Desastre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora